Frecuentemente, el trabajo de los académicos se encuentra encerrado en pequeños compartimentos que tienen poca o ninguna comunicación entre sí. Si pensamos en la relación entre universidades y empresas, gobiernos o sociedad en general, encontraremos también cierta impermeabilidad en los sectores que limita su comunicación. Hay casos de académicos que consiguen comunicar(se) y/o participar en el sector público, como María Carmelina Londoño, catedrática de la Facultad de Derecho de la Universidad de la Sabana y, hasta hace escasos 5 meses, Viceministra de Asuntos Multilaterales del Ministerio de Relaciones Exteriores del Gobierno de Colombia. Tuve el gusto de coincidir con ella recientemente en un coloquiocon jóvenes investigadores. De ese encuentro, comparto algunas sugerencias.
La trayectoria profesional de Londoño es en sí misma un manifiesto a favor de la colaboración gracias a la convicción de que la interdisciplinariedad es el alma del hacer académico, según ella misma: “abre puertas, abre mundos”. De investigar sobre Derechos Humanos pasó a una Business School y a conocer el mundo de los negocios desde dentro. Ahí descubrió el vínculo entre lo primero y lo segundo y se convirtió en pionera con su trabajo en el Plan Nacional de Acción de Empresas y Derechos Humanos del Estado Colombiano.
En el coloquio, Londoño nos invitó a buscar el valor y a proyectar el impacto social del tema de investigación. El académico, a través de una mirada abierta más allá de su disciplina, consigue entender holísticamente el camposobre el que se mueve. Para el joven investigador el tiempo de preparación de su tesis doctoral resulta clave. En palabras de la líder colombiana: “la tesis imprime carácter temática y metodológicamente” cuando son exploradas las convergencias con otras áreas del saber. Conviene tener en cuenta que la interdisciplinariedad por sí misma no consiste en sí un aporte a la ciencia. Es tarea del investigador encontrar y probar las convergencias. Asimismo, ser humilde intelectualmente para dar su justa dimensión y valor a los aportes propios o ajenos.
Estos puntos de reflexión me llevan a pensar que eso tan novedoso de la “transferencia del conocimiento”, es tan antiguo como la universidadmisma. Pues, ¿para qué se creó sino para pensar y resolver problemassociales? Durante el Medievo y el Renacimiento, Iglesia y monarcas constituyeron estas escuelas para dar forma a una sociedad en crecimiento. Quizá uno de los ejemplos más claros de este servicio a la sociedad se dio en Salamanca en el siglo XVI ya que fue la institución que dio respuesta a los dilemas morales que planteaba el descubrimiento de América -también el Papa Gregorio XIII instauró el Calendario Gregoriano a partir de los informes enviados por los intelectuales salmantinos-.
Para concluir, es cierto que los tiempos actuales son muy distintos a los precedentes y que la cultura y el conocimiento se han democratizado, lo que plantea grandes retos para la universidad del siglo XXI. La sociedad también se ha hecho cada vez más compleja, lo que implica una creciente necesidad de que los académicos ofrezcan respuestas a los grandes asuntos de nuestro tiempo, yendo más allá de la coyuntura y ofreciendo una pausa en los rápidos ritmos actuales. La apertura del mundo de la empresa y el sector público hacia las universidades es la forma de construir un progreso sostenible que dé respuesta a las necesidades de una sociedad dispersa y diversa.