Cuando ya quedaban pocos días para que terminara 2022, empecé un libro que me acababan de recomendar. “El paso siguiente en el baile”, de Tim Gautreaux. Cuenta la historia de un par de jóvenes que se han casado sin saber muy bien de qué va el juego y cómo poco a poco van descubriéndolo. De lo mejor que leí el año pasado. Si os interesa, lo tengo en epub.
Al abrirlo me llamó la atención un detalle: en la misma página que la dedicatoria estaban los agradecimientos. Me extrañó, porque los autores suelen ponerlos al final, en la típica hoja que lees rápidamente -si lo haces- porque no te dice mucho ninguno de los nombres que se citan y porque suelen ser todas iguales: “gracias a Bob, por estar siempre ahí… a Meghan (¿Markle, quizás?) porque sin ella nada de esto hubiese sido posible… a Roger, por ser la luz que me ha iluminado durante…”. Muy bonito y necesario, pero o conoces al autor, a Bob, a Meghan y a Roger, o te da un pelín igual.
De todas formas, leí esa página antes de empezar el libro, pero sin prestarle mucha atención. Un rato después lo dejaba y entraba en Twitter. Ahí me encontré con lo típico de esas fechas (recordemos, últimos días del año): un mensaje a tu yo de 2023, qué cambiarías de 2022, etc. Eso me hizo acordarme de esa breve tanda de agradecimientos que acababa de leer hacía un rato. Y me di cuenta de que había pasado por alto una maravilla.
Para empezar, porque se sale de lo habitual, y pone esa página (algo obligado cuando escribes cualquier cosa que supere la extensión de un relato breve) al principio de todo. Comienza agradeciendo. Igual que en los buenos discursos, en los que una persona recoge el turno de palabra y, acto seguido, da las gracias al que le ha presentado, a los anfitriones del acto y a los presentes. A veces es un simple acto protocolario, pero está claro que en el libro no lo es, porque no tenía necesidad de hacerlo así. Más bien, me parece una manera de decir que está realmente agradecido. Porque lo prioriza y quiere que se entere todo el mundo, no solo los que terminen la novela y les encante, sino también los que la empiecen y la dejen a las quince páginas, o los que la ojeen en una librería. Es lo primero que quiere que veamos de su libro.
Además, lo hace muy brevemente. Apenas cinco o seis líneas. Sin aspavientos ni declaraciones grandilocuentes, sino de una manera sencilla: “Quiero dar las gracias a John y Renee Grisham por sostener el programa que me ha permitido revisar esta novela… Mi esposa y mis hijos merecen ser mencionados por su paciencia y su apoyo… por sus observaciones sobre el manuscrito, estoy en deuda con Reagan Arthur y Peter Mason”. Y esta es la dedicatoria casi íntegra. A alguno le podrá parecer seca, pero a mí me encantó. Porque ya le habrá dado las gracias en persona a los Grisham y les habrá manifestado a su mujer e hijos lo vital que ha sido su apoyo.
Me gustó la lección que me dio Gautreaux sin pretenderlo: “está muy bien esperar al final para agradecer, pero quizá puedas hacerlo desde el principio. Y no hace falta que intentes demostrar tu afecto con frases cursis que, déjame que te lo diga, no remueven a nadie”. Así que he decidido empezar mi año haciendo eso: dando las gracias. En primer lugar a ti, mi más… ay perdón, me he confundido de grupo.