La célebre obra de García Márquez se desarrolla en un pueblo imaginario y narra su evolución tomando como base la historia de la familia Buendía. Se centra en las aventuras y desdichas de sus integrantes, que a lo largo de cien años repiten una y otra vez los errores del pasado. El pueblo, llamado Macondo, evoluciona conjuntamente con la familia, y también acaba destruido al tiempo que la estirpe finaliza. El género literario que nace con esta obra ha servido muchas veces para describir el acontecer latinoamericano que al observador externo lo suele dejar con sensación de estar presenciando una obra del realismo mágico. Sin embargo, esta perspectiva sirve de poco de cara a la búsqueda de soluciones para los aparentemente eternos problemas de la región.
Las intervenciones de los jefes de Estado latinoamericanos durante la septuagésima séptima Asamblea General de la ONU son un buen punto de inicio para entender la lógica que arrastran las clases políticas latinoamericanas. Y digo “arrastrar” porque a lo largo de la historia de los países de la región es fácil encontrar ejemplos de líderes políticos que para justificar la situación de su país buscan un chivo expiatorio, que suelen encontrar en otro país, normalmente más poderoso. El estancamiento social y económico de los países parece ser más culpa de un agente a miles de km que del ocupante de turno del sillón presidencial.
Ejemplo de ello son los discursos pronunciados por Gustavo Petro, Alejandro Giammattei o Nayib Bukele ante la Asamblea General de la ONU en el 77º Periodo de sesiones. Los tres presentaron a su respectivo país como una especie de Jardín del Edén que incipientemente busca desarrollarse en medio de las trampas impuestas por potencias mundiales. Nayib Bukele insistió en mostrar a El Salvador como “la tierra del surf, de los volcanes y la libertad” e insistió en la idea de que el destino del país siempre fue controlado por otros y ahora apenas lucha por conseguir su libertad. Casualmente, este supuesto desarrollo que defiende Bukele se ha logrado a base de saltarse la ley, amedrentar a los diputados con la introducción de efectivos del ejército en el Pleno, lo que, a su juicio, merece ser premiado con un segundo periodo en el mando, para lo cual obviará la existencia de la Constitución que claramente lo prohíbe.
Mientras tanto, Giammattei buscó vender a Guatemala ante la audiencia como un país megadiverso que sufre por los efectos del cambio climático, mientras que las potencias “no han apoyado al país” aun cuando, según él, el mundo desarrollado es el único responsable de la situación climática. Estas palabras obvian la situación interna del país, donde, según una investigación abierta por el Ministerio Públio, el mismo presidente habría recibido de unos empresarios rusos una jugosa coima envuelta en una alfombra. Con esta, se habría pretendido acelerar la concesión de una zona para la explotación de níquel en la zona de Izabal, saltando sobre regulaciones ambientales y de trabajo.
El recién electo presidente de Colombia, Gustavo Petro, llegó también a la cita con un discurso centrado en resaltar la riqueza natural del país, hasta allí todo bien, luego, rápidamente se centró en la cuestión de la cocaína. Para este fin, empezó por hablar de cómo Estados Unidos impulsó la persecución de la producción de la hoja de la coca en el país andino con la aspersión de glifosato, aunque en su ánimo de autovictimizarse, pasó por alto que esta práctica está prohibida en Colombia desde hace cinco años tras una sentencia de la Corte Constitucional.
Si cambiáramos los nombres de los dirigentes latinoamericanos por Aureliano y José Arcadio Buendía, la política latinoamericana acabaría por replicar con totalidad el relato de García Márquez, ya que, a pesar de que cambien los líderes, la forma de hacer política y los errores son los mismos. Aunque hayan pasado dos siglos desde la independencia de la América hispana, las élites políticas siguen abonadas a la fácil victimización. Prefieren echar la culpa a otros antes que hacer un examen de conciencia. Evidentemente, tener la honradez de examinar su actuación política es peligroso, podría llevarlos a darse cuenta de que, más allá de las circunstancias externas, la política nacional hecha con honestidad puede conseguir un desarrollo sostenible que acabe con los males endémicos de las sociedades latinoamericanas.