El constante incremento de las materias primas a nivel mundial ya no es un tema nuevo. Ese histórico crecimiento hace desesperar cualquier economista, empresario o inversor que intente predecir qué repercusiones va a conllevar dicha alzada. Por un lado, hay aquellos sectores que se están beneficiando de dicho crecimiento. Por otro, el tejido empresarial está cada vez más preocupado dado que si los costes siguen creciendo, no tendrán más remedio que repercutirlo al consumidor final con las consecuencias de falta de competitividad que eso implica, y sin hablar de los perjudiciales efectos que una inflación de dicho calibre puede acarrear en un futuro ya incierto marcado por la pandemia.
Ahora bien, ¿qué hay detrás de esa subida histórica de precios? ¿cuales pueden ser sus consecuencias?
Los gurús del tema achacan dicha subida a tres factores principales; en primer lugar, la fuerte recuperación económica promovida por los planes de estímulo que han diseñado los grandes bancos centrales del planeta y también los gobiernos de las mayores economías. Efectivamente, en gran parte de los sectores se ha experimentado la famosa “V” de crecimiento que se oía hablar a inicios del confinamiento global del pasado 2020.
No obstante, gran parte del sector industrial no se creyó dicha predicción y reaccionó de forma drástica frente a la nueva situación mundial: se redujeron muchas plantillas, se dejaron de producir muchos recursos y se reanudó la actividad “con piés de plomo” dado que no se sabía cómo iba a reaccionar el mercado tras la apertura. A consecuencia de ello, una vez reanudada la economía mundial, muchos sectores productivos se han visto sobrepasados por la demanda, produciendo consecuentemente un desabastecimiento que ha incrementado el valor de los pocos stocks que las fábricas son capaces de mantener.
En segundo lugar, otro factor muy importante ha sido el encarecimiento del transporte. Una mayor demanda, a la vez, de todos los países y un incremento en el comercio internacional que ha recuperado los índices anteriores al inicio de la pandemia, se han juntado con el despertar de los mercados internos de la economía China y estadounidense. Todo ello ha generado un coctel que ha creado escasez de medios de transporte y, sobre todo, de contenedores y barcos – que representan prácticamente el 90% del comercio mundial - provocando una subida importante de las tarifas de transporte y una congestión en muchos puertos los cuales, se le añade que disponen de un menor número de trabajadores a causa del Covid.
Por último y, en tercer lugar, se incorpora a la cadena el aumento del petróleo que se ha llegado a situar prácticamente al doble del valor que tenía en las mismas fechas en el año 2020 y el actual incremento de la electricidad, sobre todo en España. Esto repercute directamente en todos los presupuestos y planes por parte de los gobiernos y las empresas. De aquí que se esté reclamando continuamente medidas excepcionales por parte de los gobiernos y, sobre todo, de la Comisión Europea.
El aumento de la demanda a causa de la fuerte reactivación y el encarecimiento de recursos básicos para la economía como los combustibles o el transporte han hecho disparar el precio de las materias primas, evidenciando, además, en el caso de Europa la gran dependencia que tiene respecto a otros países, debate que se puede dejar para abordar en un futuro.
El resultado de ese encarecimiento a nivel mundial, amenaza la rentabilidad de unas empresas ya descapitalizadas por los efectos de la pandemia y una repercusión al consumidor que peligra en hacer encarecer el valor de todos los productos y, en consecuencia, un encarecimiento de la vida en general, produciendo así un retroceso en la recuperación que se está experimentando.
Además, esa situación ha despertado un clásico dilema en las empresas: elegir entre absorber ese coste adicional manteniendo los precios y sacrificando su margen de ganancias, o subir los precios para intentar salvar sus beneficios, aún a costa de perder ventas. Esta coyuntura es aún más problemática para las empresas cuyos proyectos dependen del endeudamiento externo o de planes estatales de estímulo, pues corren el riesgo de que sus costes se disparen por encima de lo presupuestado y la financiación inicial sea insuficiente. Proyectos de infraestructura o de construcción de viviendas, por ejemplo, podrían llegar a encontrarse en esta situación en un futuro no muy lejano, como ya han advertido varios analistas de estos sectores.
A todo lo expuesto con anterioridad, se le puede adjuntar una última tesis. A lo mejor no tan en boga, pero no por ello menos cierta y que hace referencia a lo que determina el precio final de un producto. Todas las razones anteriores responden a factores en la cadena de valor, que en última instancia afectan al precio al consumo. Por lo tanto, los precios se forman sumando los costes de producción al margen de beneficio en cada etapa del proceso productivo. Como es lógico, bajo esta hipótesis, cualquier aumento de costes sería trasladado íntegramente al consumidor a través de una subida de precios equivalente. Esta visión ampliamente aceptada, responde a la escuela clásica i permite rápidamente entender que los precios al consumo están subiendo por el aumento de las materias primas.
El economista austríaco Ludwig von Mises planteó, a principios del siglo XX, una relación inversa. Es decir, que los precios al consumo determinan los costes de producción y no al revés. Bajo esta óptica, los empresarios estiman el precio que sus clientes están dispuestos a pagar, y de acuerdo con estas previsiones, ajustan su producción. De esta manera, si la demanda de bienes de consumo crece, su precio tenderá a subir, por lo que se generarán incentivos para que las empresas amplíen la oferta de estos productos.
Lo que ocurre es que, al aumentar la producción de bienes de consumo, las empresas necesitarán más materias primas, lo cual hace crecer su demanda y presiona al alza los precios de éstas. Es así cómo las preferencias de los consumidores finales de un producto pueden acabar determinando, en gran medida, sus costes de producción; dado que los movimientos de precios pueden transmitirse hasta el inicio del ciclo productivo, afectando incluso a las materias primas.
Si bien esa tesis no es ampliamente aceptada por numerosos economistas, es innegable que en este caso concreto es de justicia sacarla a la luz, pues son muchas las variables que se ajustan a dicha teoría.
Para concluir esa breve reflexión, mencionar que es muy complicado prever qué se puede esperar en el futuro y cómo evolucionará ese boom. En economía siempre es difícil establecer con total seguridad una relación causal, pero el encarecimiento generalizado de las materias primas puede acarrear un riesgo de convertirse en un problema para muchos sectores.
Además, a esta situación aún le quedan días para terminar. Según una encuesta publicada durante la segunda semana de julio, en la que la plataforma CloseCross ha preguntado a un grupo de inversores que gestionan entre todos 380.000 millones de dólares, el 81% considera que los mercados están entrando en un nuevo superciclo alcista de materias primas, un periodo de subidas generalizadas para estos activos que se prologará en el más largo plazo, durante varias décadas. Firmas como JP Morgan y Goldman Sachs avisaron hace meses de esta posibilidad.
Por eso, y a menos que se tomen medidas para enfriar la creciente subida, la inflación general podría seguir subiendo, con el temor que produce esa palabra solo al recordar lo que pasó en la anterior crisis del 2007.
No obstante, es cierto que, a diferencia de la mencionada crisis, en todo momento estamos hablando de un problema coyuntural y no estructural. Por lo que también cabe pensar que la plena reapertura del sector de los servicios y el incremento de personas que se reincorporarán al trabajo haga estabilizar el mercado de tal forma que la actual sobredemanda venga absorbida por la economía sin causar otra ronda de aumentos de precios. Es decir, que lleguemos por fin a la nueva normalidad.