Caballeros sin espada

El otro día me contaba mi abuela que mi bisabuelo anduvo durante unos meses metido en política local, en cosas de ayuntamiento y concejales, y que lo dejó cuando le dijeron que la única forma de avanzar era haciendo triquiñuelas, pirulillas. Trabajos legítimos para hombres exentos de conciencia. Por eso el bisabuelo abandonó todo tipo cargos y cargas: él por ahí no pasaba. Este buen hombre fue el mismo que, durante un partido de fútbol del Pontevedra, perdió los papeles por no sé qué jugada, bajó de las gradas al campo y le pegó en la cara al árbitro. Estaba tan horrorizado de sí mismo que al terminar el partido decidió que nunca más iba a volver a entrar en un estadio. Pertenecía a esa clase de hombres que se cortan su mano derecha cuando ésta les induce a pecar.

Hay decisiones que no se improvisan y al tomarlas se está comprometiendo toda la vida. Nunca más volvió a ver un partido de fútbol en un estadio y nunca más volvió a meterse en política. Pero no se desentendió de ninguna de las dos: el mundo le implicaba y él se empeñó en cuerpo y alma. Desde su despacho, en el desarrollo de su ciudad, con su familia y desde el periodico local el Diario de Pontevedra, donde publicaba artículos bajo el pseudónimo Mariano Montañés (la explicación de por qué este nombre queda para otro día).

En el curso de verano ‘La libertad, de ahora en adelante’ organizado por Areté uno de los invitados explicó que la política a día de hoy es cortoplacista. Es decir: no hay una intención malvada por implantar un sistema de sometimiento mundial, pero tampoco hay ningún otro ideal de fondo. La política se hace cada cuatro años, antes de unas elecciones. Esta dinámica impide que la sociedad avance, porque un partido promete una ley de educación y a los ocho años cambia por otra nueva, porque esas leyes no están pensadas para mejorar la sociedad, sino para ganar unas elecciones.

Somos hijos a los que les afecta el tiempo en el que vivimos, y la política no sufre menos. Si vivimos en la era de los impulsos, de las novedades, de los entretenimientos y el postureo…, ¿por qué lo político iba a quedar exento este ambiente?. El otro día escuché a alguien: “antes la comunicación era una herramienta más con la que se hacía política. Hoy el contenido de la política es la comunicación: lo mediático, las formas, la imagen, la estrategia, el gabinete de prensa…”. Mucha forma y poco fondo.

Pero mientras la clase política decrece en espíritu, la sociedad civil se edifica. Quizá por oposición y rechazo a lo otro, pero la realidad es que avanza. Mientras en la política las virtudes se suicidan, en la sociedad los valores humanistas están en alza.