Perspectivas sobre la Compatibilidad entre China y la Democracia Occidental

Existe un debate en torno a los valores del Este asiático que pone en tensión los valores occidentales—a saber, la democracia liberal— con la experiencia política asiática. Este debate es si los valores asiáticos pueden ser reconciliables con los de Occidente. En el caso de China, el debate se intensifica, pues la superpotencia está pronta a ser la economía más grande del mundo —cuando menos dentro de los próximos diez años según varias estimaciones—, y su papel en el escenario geopolítico actual es fundamental. Dado esto, me parece importante preguntarme ¿hasta qué grado puede China incorporar elementos de la democracia liberal occidental—constitucionalismo, libertades básicas y Estado de Derecho— en su sistema político?

Pero habría que ver, ¿cuáles son los valores asiáticos presentes en China? Varias voces académicas los han encontrado en el confucionismo con el objetivo de construir una filosofía política propiamente china. El confucionismo es un sistema de creencias moral, religioso y social que se empieza a elaborar por el antiguo pensador Confucio (551-479 a. C.) y luego es re-elaborada por seguidores suyos. Confucio vive durante un periodo de la historia de China llamado Primaveras y Otoños, bajo la dinastía de Zhou (770-476 a.C.), y sus enseñanzas surgen en un periodo de mucha inestabilidad política, donde varios gobernantes o señores de pequeños reinados empiezan a actuar con mayor autonomía política, realizando guerras o alianzas políticas entre ellos para desafiar a la corte del Rey en Louyi. En este contexto, Confucio actuó varias veces como consultor político de oficiales del gobierno de Lu, dando consejo sobre asuntos de gobierno. Y precisamente de esta mezcla de enseñanzas es de donde se extraen los valores confucianos: la armonía social y familiar, la piedad filial, la benevolencia, la bondad y la meritocracia, entre otros.

Parece poco contestado el hecho de que estos valores confucianos sean parte de la idiosincrasia china y del Este asiático. Shaun O’Dwyer, en Confucianism’s Prospects: A Reassessment, establece tres criterios mediante los cuales se puede hablar de los valores del confucionismo como definidores de la identidad cultural de Asia Oriental. Doh Chull Shin, en Confucianism and Democratization in East Asia, analizó datos recopilados de encuestas con el objetivo de respaldar esta posición. Li Zehou desarrolla, por su parte, lo que llama una "estructura profunda” que distingue entre niveles superficiales y otros más profundos donde se despliega el confucianismo en la conciencia moral china. Argumenta que el confucianismo constituye la columna vertebral de los sistemas de valores a los que los chinos se adscriben tácitamente.

Y bueno, mientras que pensadores como Baogang He proponen cuatro categorías para la relación entre confucianismo y democracia—conflictiva, compatible, híbrida y crítica—, otros como Daniel Bell achican el espectro a un valor confuciano: la meritocracia. En The China Model, la meritocracia política se refiere a "la tarea de identificar quiénes son aquellos con habilidades por encima del promedio y hacer que sirvan a la comunidad política". La idea de Bell pretende identificar una parte del actual e histórico sistema político chino, y ensalzarlo. “La pregunta es cómo reconciliar meritocracia y democracia”, dice con el objetivo de que podamos aprender de la experiencia política de China, lo que parece complicado en su caso, pues el profesor canadiense de la Universidad de Hong Kong también rechaza el sistema electoral como método para la elección de líderes. Argumenta que el votante habitual no está informado sobre política y, además, que no delibera, lo que equivale simplemente a lanzar una moneda al aire.

Siguiendo la línea pragmática de John Dewey, David L. Hall y Roger T. Ames ofrecen una justificación clara: ven al individuo como un ser social, el bienestar moral se concibe como ética de roles, y la comunidad se presenta como un proceso armonioso de investigación colectiva conjunta. De esta manera, la democracia no tiene que ser un incómodo aparato impuesto a los valores confucianos, sino que puede ser genuinamente abrazada por cualquier persona que crea en el confucianismo, siempre y cuando ambos modelos sean capaces de adaptarse el uno al otro.

Finalmente, hay un tercer argumento a favor de reconciliar el confucianismo con la democracia: el confucianismo progresista de Stephen Angle. Si los confucianos se comprometen a buscar la plena virtud, y la plena virtud debe realizarse en el mundo político, entonces la realización pública de la virtud requiere de instituciones políticas que restrinjan a los individuos de otras actividades que no estén orientadas hacia el virtuosismo. Así, Angle propone una reinterpretación de los textos clásicos confucianos y aboga por una extensa participación cívica, como por los derechos individuales.

De esta manera, es innegable que los valores, rituales y normas confucianos están incrustados en las sociedades del Este asiático. La preocupación principal para muchos pensadores es si y de qué manera acomodar estos valores perfeccionistas y meritocráticos en la sociedad moderna, sobre todo de cara al futuro proyecto de China. Y nosotros, desde Occidente, lo que podemos hacer es intentar comprenderles, para conocerles mejor y saber cómo relacionarnos de una manera más inteligente, identificando puntos en común y de diferencia, no sin dejar de lado por supuesto la defensa de nuestros valores.