Tras la llegada al poder de Joe Biden en Estados Unidos, y vistos los principales problemas a los que se enfrenta y las herramientas que su administración está utilizando para resolverlos, parece que el país se prepara para una nueva etapa en lo que se refiere a política exterior, abandonando en parte el realismo de la administración Trump y empezando con fuerzas renovadas un camino más próximo al liberalismo.
El liberalismo en las Relaciones Internacionales ha sido, junto con el realismo, uno de los paradigmas clásicos a través de los cuales el hombre alcanza a comprender las relaciones de poder e interés entre los Estados. Al contrario que el realismo, el liberalismo entiende las relaciones entre los países bajo el prisma del mutuo interés, en lugar de a través del poder y la búsqueda del propio beneficio. Es un sistema que pretende lograr el compromiso, buscando una paz construida por todos los países, involucrados en un proyecto común. Mientras el realismo se enfrenta al problema de la anarquía en el ámbito internacional, buscando lograr un equilibrio de poderes basado en un sistema de compromisos entre los países, el liberalismo pretende hacer frente al problema de la modernidad, para así superar los problemas generados por ella. Pretende reducir al mínimo el beneficio marginal de un conflicto, al incentivar la cooperación entre países para la búsqueda de un mayor beneficio.
En Estados Unidos, el liberalismo internacional comienza a ganar fuerza en el siglo XX, cuando el país inicia su andadura como líder hegemónico en la esfera internacional. Tras una Europa devastada por dos guerras mundiales, Estados Unidos toma el relevo de Gran Bretaña como país líder entre las democracias liberales, a la cabeza de un proyecto que pretende unificar un mundo basado en la cooperación y el orden. Lo que empezó Woodrow Wilson con sus 14 Puntos y la Liga de las Naciones, el resto de presidentes norteamericanos (con excepciones), han continuado. La Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría fueron hitos históricos en los cuales el pensamiento liberal debió replantearse sus fundamentos, hasta consolidarse en lo que conocemos hoy en día.
De acuerdo con G. John Ikenberry, los ideales que propugna el orden liberal internacional se pueden resumir en la transparencia y el comercio, las reglas e instituciones, la solidaridad liberal-democrática, la seguridad cooperativa y el progreso en objetivos sociales. Tras el mandato de Donald Trump, que bajo el lema “America First” supuso en cierta medida un abandono del proyecto liberal común, y una vuelta al realismo y las relaciones de poder, la presidencia de Biden parece estar más orientada hacia el liberalismo y los objetivos descritos hace solo unas líneas.
El mandato de Joe Biden parece tener como puntos clave hacer frente al creciente poder e influencia de China y la reconstrucción del país tras la crisis económica originada por la pandemia del Covid-19. En lo que a lidiar con China se refiere, en gran medida la administración Biden deshará lo andado por Donald Trump, cuyas medidas para paliar la conflictividad y competición chinas no han sido efectivas. El gobierno de Biden deberá buscar una solución alternativa a la propuesta por su predecesor en el cargo. Es cierto que en algunos casos deberá seguir con la estrategia de Trump, manteniendo la línea dura en aquellas materias en las cuales no quepa discusión ni negociación con el gigante asiático, como por ejemplo en los temas de derechos humanos y la persecución de los Uigures en Xinjiang. Sin embargo, como bien señala el CSIS en varios informes dedicados al futuro de la administración Biden, Estados Unidos deberá tratar de una manera distinta al país liderado por Xi Jingping en aquellos temas en los cuales China sea “parte del problema, parte de la solución, o de ambas”. Biden debe intentar, en su mandato, no polarizar la situación con China más de lo que ya lo está, buscando alternativas que consigan satisfacer a ambos países. Esto es aplicable en temas tan diversos y relevantes como lo son el cambio climático, la gestión de la pandemia y la proliferación nuclear.
Por otra parte, Estados Unidos deberá apoyarse en el resto de democracias liberales aliadas y en las instituciones que comparten para conseguir equilibrar la balanza frente a China. Si bien es cierto que desde el “Pivot to Asia” anunciado por Obama las relaciones transatlánticas entre aliados han pasado a un segundo plano, teniendo en cuenta la creciente influencia y poder chinos, Estados Unidos deberá revitalizar la relación con sus aliados, especialmente después del paso de Trump. Para que el orden liberal establecido por Estados Unidos durante las últimas décadas perdure, el primero en confiar en él debe de ser el país norteamericano. Es más, teniendo en cuenta la predominancia china y su poder creciente, Estados Unidos ahora más que nunca necesita buscar apoyo en el resto de países que le son favorables frente a Pekín, para evitar que China se consolide como nueva primera potencia mundial. Este acercamiento, sin embargo, no debe limitarse al aspecto económico o comercial, ya que la influencia china se amplía a más ámbitos, como la seguridad. Por ejemplo, frente a la agresiva política expansionista de China en el mar del Sur de China, la flota norteamericana puede jugar y juega un papel clave para contrarrestar los avances del país asiático.
Como se puede observar, la política exterior norteamericana, con la administración Biden, está al borde de dar un giro de 180 grados frente a la política de Trump, encaminándose a una vuelta al liberalismo internacionalista. Se pueden observar, tras las políticas concretas y los problemas a los que éstas están encaminadas, las líneas maestras del liberalismo: un proyecto mundial de cooperación, que pretende incorporar a todos los países -incluyendo aquellos que son competidores e incluso rivales directos de Estados Unidos-, con el objetivo de conseguir que un conflicto sea menos rentable para cualquier parte que la cooperación. Podemos observar también una vuelta a la alianza transatlántica, y una renovación del esfuerzo de Estados Unidos por mantener su hegemonía a través de estructuras multilaterales que le ayuden a hacerlo, mientras ayudan a aquellos países comprendidos en ellas a alcanzar el progreso económico, político y social.
Sin embargo, es necesario tener en mente que podemos estar frente a una nueva iteración del liberalismo internacional, como ya lo fueron sus equivalentes en la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Fría, ya que el desafío al que se enfrentaban era distinto. En este caso, como se ha mencionado antes, el reto es China: un país capitalista por fuera, y comunista por dentro, ha forzado al paradigma liberal a repensarse por completo, e implementar, como hemos visto anteriormente, medidas duras en aquellos ámbitos referidos al núcleo mismo del liberalismo, como son los derechos humanos; así como una mayor flexibilidad y espacio para la cooperación en aquellos temas que, por ser más contingentes, lo permiten.