La victoria de Biden en las elecciones del pasado noviembre supone una gran oportunidad para reconstruir las relaciones transatlánticas entre Estados Unidos y Europa, con una serie de ventajas en el ámbito económico, político y social. En el primero, una ocasión para revisar aranceles e incrementar el comercio por ambas partes; en el político, para sanar discrepancias y priorizar objetivos comunes; y en el social, trabajar juntos para afrontar retos como la transformación digital o el cambio climático. En el área de Defensa se tendrán que observar de cerca los movimientos de la nueva Administración en cuanto a estacionamiento de tropas por el territorio europeo, enfatizando las bases militares en Italia, Alemania y España, debido a que la colaboración entre Seguridad y Defensa está estrechamente ligada a los tres ámbitos mencionados, a pesar del debate entre atlantistas y europeístas. Por todo ello, en la Comisión Europea se respira optimismo por renovar iniciativas para la colaboración y los esfuerzos diplomáticos entre ambos poderes. Estados Unidos, desde la integración europea, ha sido el aliado más cercano por su naturaleza occidental y sus valores e intereses compartidos.
La relación del presidente Trump con la Unión Europea no fue exactamente regular, dadas sus diferentes actitudes con cada país miembro. Los altibajos fueron notables con el presidente Macron y la canciller Merkel, mientras mantenía un tono más cordial con el presidente Duda y el primer ministro Orban. El expresidente norteamericano hizo varios llamamientos generales a los países europeos para incrementar el gasto en defensa hasta acercarse al 2% del PIB, y ese fue uno de los principales choques que tuvo con la comunidad. Tampoco ayudó el lema “America First” con sus aliados europeos, dada la obvia visión liberal (o globalista) de la Unión. Y en cuanto a materia económica, los aranceles y bloqueos contribuyeron a dañar aún más la relación. Aunque no irreparables, el deterioro de las relaciones transatlánticas fue evidente con la Administración de Trump. Ahora se espera que Europa y Estados Unidos sean capaces de reconstruir estos lazos para seguir fortaleciendo a Occidente en esta nueva etapa, con la dificultad añadida de que los primeros debaten entre un aumento de las relaciones transatlánticas o una autonomía estratégica mayor, aunque no son incompatibles.
Es verdad que Europa debe alcanzar una autonomía de política exterior y de seguridad mayor, pero no se pueden ignorar los valores en común con los aliados transatlánticos. La OTAN es un ejemplo diario de esto. La colaboración transatlántica en esta organización es un recordatorio de que la cooperación en defensa es posible para combatir el terrorismo, mantener la paz y salvaguardar las libertades de los ciudadanos. También es verdad que el Brexit complica un poco la reconstrucción de algún puente, dado que Reino Unido y Europa, lógicamente, competirán por una mejor correspondencia con Estados Unidos. Con la nueva Administración hay mucha sintonía en la lucha contra el cambio climático, la transformación digital y lo pertinente a la política social. Tanto el Presidente Biden como la Presidenta Ursula von der Leyen de la Comisión Europea han enfatizado la importancia de una economía verde: una reducción de emisiones de gas de efecto invernadero, un incremento de cuota de energías renovables y un mejoramiento de la eficiencia energética. En el campo de la transformación digital, se buscarán pactos en cooperación cibernética, infraestructuras de redes seguras y de alta capacidad, y acuerdos sobre las grandes empresas tecnológicas. El nombramiento de Anthony Blinken para Secretario de Estado es una apuesta clara por mejorar las relaciones transatlánticas, dada su experiencia y conocimiento sobre Europa. En sus distintas reuniones con la Comisión, Blinken ha resaltado la importancia de una cooperación renovada, para "fortalecer el multilateralismo, un esfuerzo facilitado por el bienvenido regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París y a la OMS".
Una vez creada esta “burbuja liberal”, en la que caben la Administración de Biden y la actual Unión Europea en su mayoría, no se deben olvidar las divisiones internas de ambas potencias. Las elecciones norteamericanas de 2020 fueron muy ajustadas, tanto en el Senado como por la Presidencia. En Europa la fiabilidad de la Unión es fuerte, pero aún no ha desaparecido el escepticismo europeo: solo hace falta ver las últimas elecciones de 2019 o el continuado crecimiento de las fuerzas escépticas en países como Italia o Francia. Plantear una reforma de la Unión es algo cada vez más demandado, pero la pregunta es si se podrá soportar compatibilizando esto con tantos otros asuntos urgentes a nivel económico, político y social. Cuestiones, entre otras, como la de consolidar un control efectivo de las fronteras exteriores de la Unión (como con la ya creada Frontex, la Agencia Europea de Guardia de Fronteras y Costas), el desarrollo de una economía sólida y dinámica, la construcción de una comunidad verde (sobre todo en el ámbito de la agricultura sostenible y el Pacto Verde Europeo), la promoción de los intereses europeos en la esfera internacional, el impulso de la democracia y el Estado de Derecho. La anunciada Conferencia sobre el Futuro de Europa es la oportunidad de reflexionar sobre el futuro de la comunidad europea y sus retos.
Ambas administraciones deben aprovechar sus intereses comunes para renovar una relación crucial para el liderazgo del Occidente. En seguridad, Estados Unidos, esta vez de forma más diplomática, seguirá demandando a sus aliados un aumento del presupuesto, cumpliendo con los compromisos de aumentar el gasto en defensa de la cumbre de Cardiff para 2024; aunque seguirá habiendo un esfuerzo continuado en misiones internacionales, sobre todo en aquellas relacionadas con la OTAN. En lo económico, una renovación de pactos y convenios, a pesar de que el reciente acuerdo de inversiones entre China y la Unión Europa a finales de 2020 no ha sido recibido con demasiado entusiasmo en Estados Unidos. También las posturas ante Venezuela discrepan: el nuevo Secretario de Estado estadounidense confirmó que su país seguiría considerando a Guaidó como presidente legítimo, mientras que la Unión Europea rebajó la posición del antiguo líder de la Asamblea Nacional a un “interlocutor privilegiado”. La lista puede seguir ampliándose, pero lo importante es que los valores compartidos entre los dos son prácticamente iguales, por lo que el trabajo conjunto deberá basarse en los pilares de dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, derechos humanos, y teniendo como finalidad promover la paz y el bienestar (como también resalta el Tratado de Lisboa de la Unión Europea de 2007).
Para Europa esta es una oportunidad para construir una Unión más fuerte, más estable y autónoma de la mano de un aliado renovado. Es la ocasión de expresar la autonomía estratégica y autosuficiencia en el ámbito económico y militar, pero manteniendo siempre lazos estrechos con Estados Unidos. Ambos poderes han ejemplificado su alianza en la lucha contra el terrorismo, la promoción de derechos humanos, la protección de la democracia, la defensa de los derechos y libertades y la apuesta por un futuro próspero de paz. Por el bien de Occidente, se debe fortalecer esta amistad y colaboración. El presidente Biden representa una esperanza renovada entre los grandes poderes del occidente, y puede ser el comienzo de un nuevo futuro.