IA: ¿una nueva frontera de la humanidad o su declive?

El tema de la Inteligencia Artificial (IA) ha entrado con fuerza en el debate público. Parece estar en un punto de inflexión y no ser solo otra exageración destinada a enfriarse. El poder de la IA aumentará exponencialmente en los próximos años, estimulando una mezcla de esperanzas, temores y la sensación de desorientación del hombre frente al incesante avance del progreso tecnológico

Convencidos de que las máquinas no podrán simular determinadas capacidades o facultades humanas, vemos que la evolución de la tecnología contradice rápidamente las teorías. Se creía imposible que una máquina ganara al hombre al ajedrez; sin embargo, esto no solo sucedió, sino que se ha vuelto casi imposible vencerla en casi cualquier juego, siendo capaz de adoptar estrategias que ella misma había desarrollado. Otra certeza era la incapacidad de las máquinas para mantener una conversación. Recientemente, nos hemos sorprendido con las grandes posibilidades del ChatGPT, que puede responder preguntas y procesar escritos. En un futuro próximo, ¿podrá la IA finalmente pasar la famosa prueba de Turing, haciendo que sus respuestas sean indistinguibles de las humanas? Algunos expertos argumentan que no, debido a la complejidad del lenguaje humano. Otros argumentan que esta limitación será superada por la IA.

Retomando el diálogo entre Spooner y Sonny, hoy la respuesta del robot podría ser afirmativa. La idea que la capacidad de producir arte nos distingue como seres humanos de las máquinas, se ve hoy día bastante discutida. Como seres humanos tendemos a atrincherarnos en falsas seguridades, como detrás de un limes que erróneamente creemos inviolable. Sin embargo, mientras permanezcamos a la defensiva, seremos el resultado de las consecuencias del desarrollo tecnológico, y no la causa de un nuevo modelo de sociedad. Parafraseando a Mahler, se podría decir que debemos cuidar el fuego de la humanidad, no adorar sus cenizas. Necesitamos un cambio de ritmo y un cuestionamiento brutal: por qué somos especiales, y en qué no somos replicables. El artículo se limita a proponer dos consideraciones:

1. El futuro no será un desafío entre el hombre y la máquina. Ejemplos emblemáticos provienen del sector salud. Sin embargo, la acción combinada del hombre y la máquina ha reducido significativamente más los márgenes de error. Incluso la obra de arte destacada anteriormente no es creada por iniciativa de la IA. En su origen siempre hay una entrada humana, dando indicaciones sobre el resultado deseado, seleccionando datos o fuentes de donde tomar la información, y preparando el algoritmo. Además, la IA puede reconocer patrones comunes entre millones de datos, pero carece de la intuición para producir un pensamiento original. Los trabajos con un input superficial y sin procesamiento humano a menudo dan resultados insatisfactorios. Una reflexión similar también se refiere a los documentos producidos por ChatGPT, que a menudo están informados y estructurados, pero como muchos podrían confirmar, presentan un razonamiento bastante mecánico y (por el momento) fácil de detectar.
 

2. La IA, por muy sofisticada que sea, nunca podrá llegar a nuestra especificidad porque simplemente no es humana. La vida no es una simple suma de situaciones, es nuestra forma de vivirlas e integrarlas lo que determina nuestra experiencia. Quizás una IA podría detectar nuestro estado emocional analizando algunos parámetros como nuestro tono de voz, e intentar tranquilizarnos; pero no podría darnos amor verdadero, porque su acción no surge de la empatía.

Encuentro esclarecedora una frase de Stephen Hawkings sobre la IA: “O será lo mejor que nos haya pasado, o será lo peor”. La IA nos podrá hacer más libres, pero ni del trabajo, ni, de los deberes y exámenes -estudiantes, lo siento-. Sin embargo, liberará nuestra capacidad de moldear la realidad, de acuerdo con el propósito que nos propongamos: trabajando mejor, ayudando a otros o creando nuevas oportunidades. Además, nos ayudará a despejar el campo de los falsos conceptos de humanidad, dejando lo que realmente somos: nuestras vivencias, con nuestra forma personal de vivirlas, específicamente humana. La IA no va a reemplazarnos porque no puede. Esta frase no es una advertencia, sino un llamado a conservar no las cenizas, sino el fuego de la humanidad aún en la era de la inteligencia artificial.