Las artes escénicas como manifiesto de libertad

“¿Para qué existe el teatro en la era de los reels? ¿Por qué va la gente al teatro? ¿El teatro ha muerto?”

Estas son preguntas muy recurrentes en la actualidad, igual de válidas tanto para espectadores, como para actores. Estas líneas no pretenden dar una respuesta cerrada a estas cuestiones, pero, al igual que ocurre en escena, se tiene la esperanza de despertar cierta inquietud que, como diríamos en términos contemporáneos, abra un hilo interno…

Para poder comprender el arte teatral es necesario conocerlo desde su origen donde identificamos la capacidad que tiene el ser humano para concebir una historia nueva y trasladarla a un escenario. Paradójicamente, esto es un rasgo común a todas las personas, aunque muchas digan que se sienten incapaces de crear. Lo vemos en distintas áreas: desde la lógica matemática, donde es fundamental la creatividad, pasando por la resolución de un conflicto laboral, hasta pensar un menú semanal variado.

No obstante, no se puede equiparar tener imaginación con ser creativo. ¿Qué los diferencia? Mientras la imaginación no tiene límites, la creatividad toma forma cuando es real. Las buenas ideas no bastan por sí solas, cobran vida a través del ingenio, y para lograrlo es fundamental trabajar con constancia. El momento de inspiración puede llegar antes, durante o después, nunca se sabe.

Pero, entonces, ¿cómo se concreta el trabajo creativo? Por un lado, requiere valentía; por otro, paciencia.

En muchas ocasiones lo que nos separa de llegar a desarrollarnos como seres creativos es el miedo al silencio, a pensar, al aburrimiento, a la soledad, al fracaso. Precisamente, todas estas experiencias constituyen un caldo de cultivo perfecto para que puedan nacer las ideas. Necesitamos de la contemplación, aprender a disfrutar de pequeños momentos de eternidad.

Tampoco sabemos en qué poner nuestra esperanza: no nos lanzamos a crear o a innovar porque tenemos el foco puesto en nuestras capacidades actuales. Es decir, si las cosas marchan bien, nos atrevemos a más; si experimentamos un bloqueo, sentimos incapacidad para superarlo. Para poder avanzar necesitamos la libertad suficiente para proyectar y aceptar lo que venga, aunque no podamos controlarlo: ya sea algo bueno o malo.

En otras palabras, podemos definir la creatividad como una manifestación de apertura a otro y a uno mismo. En cuanto hay rechazo o prejuicio la libertad se ve coartada y, por tanto, el flujo creativo.

Una vez entendida la esencia que configura el arte teatral explicaremos de qué manera asistir al teatro nos hace crecer humanamente. Todas las artes escénicas tienen en común la experiencia del directo, por eso las ideas expuestas también son trasladables a las otras disciplinas.

Al asistir a un espectáculo teatral entramos en un espacio en el que se ha establecido un pacto no hablado entre el intérprete y el espectador: uno protagonizará una historia ficticia y el otro observará y escuchará esa historia entendiéndola como verdad. Como resultado de este acuerdo mutuo nos encontramos en un espacio seguro para sentir, empatizar y educar la mirada.

En el primer caso, hablamos de un espacio seguro para sentir porque podemos reaccionar ante la ficción sin dar explicaciones a nadie. Nadie nos va a juzgar por llorar ante la desgracia de uno de los personajes, tampoco por sentirnos identificados con ellos. Todo ocurre en el interior de cada uno.

Al hablar de escenarios ficticios, no quiere decir que carezcan de sentido. La ficción nos transmite emociones reales, nos evoca a situaciones vividas: dando consuelo, motivación, reflexión.

En la segunda situación, crecemos en empatía gracias a esa libertad que tenemos para sentir. Podemos involucrarnos afectivamente con los personajes, conocerlos y comprender quiénes son manteniendo la distancia. En un espectáculo somos testigos invisibles de muchos momentos íntimos que de otra manera no podríamos presenciar.

Además, el ejercicio de recrear el lugar, construir el contexto e intentar entender la trama nos hace más sensibles. Podemos llegar a apreciar a personajes con actitudes que nunca pensamos que llegaríamos a entender. Adquieres una visión más profunda de algo que de otra manera sería un conjunto de apariencias.

En tercer lugar, podemos educar la mirada gracias al directo. Cuando empieza una función no es posible adelantar, pausar o rebobinar. Esto nos obliga a recordar la noción real del paso del tiempo. Debemos seguir una trama que se prolonga a lo largo de una hora o dos, esto rompe radicalmente con la cultura, cada vez más preponderante, del consumo de contenido en treinta segundos.

Para concluir me gustaría responder únicamente a una de las preguntas iniciales: el teatro no ha muerto. De hecho, tiene más ganas y necesidad de vivir que nunca. Lo hará en cada uno de nosotros si le damos una oportunidad. Quizá pases de pensar que le haces un favor a los intérpretes comprando una entrada, a maravillarte con semejante tesoro escondido.