La primera muerte por coronavirus tuvo lugar, según los cálculos más científicos, el 17 de noviembre de 2019 en Hubei, China. Otros estudios sitúan el foco del primer contagio en un mercado de Wuhan, donde el virus pasó de un animal (todavía no está del todo claro cuál) a un persona. El caso es que poco a poco, sigilosamente, el contagio comenzó a extenderse por todo el país y, desde el resto del mundo, el asunto saltó a las secciones internacionales de todos los periódicos. En España el tema del coronavirus se comentaba en los bares, en los descansos del trabajo, en redes sociales, en algunas tertulias radiofónicas, etc,. Todo de pasada, tangencialmente, igual que se comentaban otros muchos temas y con mucha más intensidad. Luego, el virus llegó a Italia y, a las pocas semanas, a España. Hasta ahora, que ya no se habla de otra cosa en todo el mundo. Y que de estar en las secciones internacionales ha pasado a ocupar periódicos enteros.
En España, el Gobierno decretó este fin de semana el "estado de alarma", recogido en el artículo 116 de la Constitución, y que permite al Gobierno limitar los derechos de los ciudadanos en determinadas situaciones extremas. Casi paralelamente, sorprendían las declaraciones del Presidente de la Generalitat, Quim Torra, anunciando su intención de cerrar Cataluña. ¿Por qué no podía? Las Comunidades Autónomas, en general, carecen de competencias sobre ferrocarriles y carreteras que vayan por más de una Comunidad Autónoma, aeropuertos, control del espacio aéreo, transporte aéreo, puertos, y un largo etc.
En medio de esta situación sin parangón e impredecible, los índices marcan que no preocupa tanto el hecho de cómo saldrá España de esta -en eso se tiene esperanza-, sino cómo va el Gobierno a gestionar situaciones de crisis como lo que ya está teniendo lugar, con desplomes históricos en las bolsas de todo el mundo, y la que se atisba en un horizonte cada vez más cercano. Ayer, Pedro Sánchez anunció un plan que movilizará unos 200.000 millones de euros, una cantidad cercana al 20% del PIB, para frenar el impacto económico producido por la crisis del coronavirus, en línea con algunas medidas que también están tomando países como Italia o Francia.
No obstante, no parece todo malo y hay cierta luz al final del túnel. Ya son varios los estudios que apuntan a que este parón de actividad a nivel mundial ralentizará de forma drástica el avance del cambio climático; aunque también advierten que si “la vuelta al cole” no se realiza de forma organizada y sensata el impacto para el clima puede ser aún peor.
Como se puede ver, el mundo está afrontando un problema complejo y multidimensional para el que no existen, a día de hoy, soluciones claras. Pero más allá de una crisis sanitaria o económica, está afrontando una crisis de identidad. ¿Está verdaderamente el sistema preparado? Frente a toda esta incertidumbre, la pregunta que nos debemos hacer no puede ser otra que reflexionar sobre si la sociedad y sus líderes son lo suficientemente capaces como para entender, y afrontar en consecuencia, la situación extraordinaria a la que se está asistiendo y sus posibles escenarios futuros. Las acciones de los próximos meses marcarán la respuesta. De momento, hay una palabra que viene más o menos implícita en todas las hipótesis: sacrificio.