Sinónimo de prudencia

Este fin de semana hemos sido testigos de cómo la polarización de la que hablan los medios y los intelectuales, que azota nuestros tiempos, también afecta a los jóvenes. Algunas de nuestras calles han sufrido la ira de la que es capaz una juventud cabreada con la pandemia, después de que el confinamiento trajera una crisis económica y laboral, cursos a distancia, ansiedad y depresión.

Al parecer, la madrugada del viernes una serie de jóvenes organizados decidieron manifestarse en contra de las medidas que está tomando el Gobierno en Barcelona, Madrid, la Rioja, Málaga y otras ciudades con tal de frenar los contagios de esta segunda oleada, que ha golpeado fuertemente, no solo a España, sino a Europa entera. En la capital, esta “minoría violenta”, como tildaban algunos medios y dirigentes políticos, se dedicó a alborotar: romper escaparates, cajeros, tirar adoquines, etc., bajo la demanda de libertad. Como anunciaron algunos medios de comunicación, detrás de estas “manifestaciones” se encontraban grupos de ultraizquierda y ultraderecha e, incluso, se cree que también hay hooligans. En definitiva, no se trata de expresiones de carácter político, tan solo son la manifestación de un descontento social provocado por la limitación de nuestra libertad por parte del Gobierno.

Breve paréntesis. Llamarlo manifestaciones me parecería excesivo, dado que dudo que quepa considerar que este tipo de convocatorias se encuentren amparadas bajo el derecho de manifestación. Dañar el mobiliario público y privado a modo de “manifestación”, por muy organizado que esté y sea cual sea su mensaje, no es forma de expresar el descontento social, no es cívico. Además, pagan justos por pecadores.

A pesar de ello, algunos oportunistas que habitan en nuestra clase política se han abalanzado sobre los altercados para obtener rédito político. De un partido y otro han comentado en redes y medios estas expresiones, pero no bajo el estandarte del civismo y la educación, no, sino procurando obtener el mayor beneficio electoral: unos hablan de nazismos y autoritarismos, y otros defienden la legitimidad de este tipo de derechos.

Aportando algo de luz al asunto, unos adolescentes de Logroño han salido a las calles para arreglar y limpiar los desperfectos producidos la noche anterior. En unas declaraciones a la prensa, uno de los estudiantes puso de manifiesto que no solo reaccionaron por conciencia social; también lo hicieron para desmarcarse de conductas menos civilizadas, representando una voz más madura en nombre de la juventud española: “Estamos hartos de pagar todos los adolescentes por un grupo”.

Este “pagar” no se refiere solo a los altercados del fin de semana. Tal y como se ha visto en los medios durante los últimos meses, desde el verano, parece que la juventud se ha dedicado a organizar fiestas privadas, botellones, etc. No sin razón se han denunciado estas situaciones en varias ciudades españolas, donde más se producían este tipo de eventos, tal y como hace Pedro Gorospe para El País. Sin ir más lejos, el nuevo Real Decreto, al imponer el toque de queda, afecta a los jóvenes y a las no-fiestas o fiestas privadas y botellones, so pena de sanción, tal y como se anunció en su día por parte del Gobierno.

Como venía diciendo, el descontento tiene su fundamento. Y, en muchas ocasiones, con independencia de los datos. ¿Por qué? Porque nos encontramos ante una pandemia cuyas recomendaciones sanitarias van de la mano -necesariamente- de la prudencia: con ella se puede hacer de todo -entiéndame el lector, me refiero a llevar una vida normal-. Evitando sitios cerrados, las aglomeraciones, contactos demasiado cercanos, etc.

Sin embargo, la juventud nunca ha sido sinónimo de prudencia. La temeridad, no obstante, es más propia de esta etapa de la vida. Así, el rechazo al ver que los jóvenes montan fiestas no solo surge de las consecuencias directas respecto del número de contagios, sino también en el desprecio que supone a la salud pública. Y, del mismo modo, lo que produce el rechazo a los disturbios que han ocurrido estas noches no se debe solo al uso de la violencia, sino también al desprecio que supone para el resto de los ciudadanos, al manifestarse de forma incívica, salvajemente.