El sueño de El-Sisi

Egipto ha vuelto a las urnas en el mes de diciembre, unas elecciones que no han dejado sorpresas en su resultado y han vuelto a proclamar vencedor a Abdelfatah El-Sisi. El líder ha conseguido extender su mandato en su segunda década al frente del gobierno, asegurándose así un tercer periodo presidencial hasta el año 2030.  Como todo político autoritario, una vez en el poder, tenía que conseguir perpetuarse en él, pero claro, haciendo como no, uso de su fachada democrática. Es de “manual de dictador” que después de un golpe de Estado lo primordial es convencer a la comunidad internacional de que aquello fue puntual y sin duda, una necesidad.

 

En este caso, no fue complicado, con el control del Parlamento, El-Sisi se encargó de modificar la prohibición de gobernar, medida que contemplaba la constitución haciendo buen uso de su memoria histórica. La posible extensión de su mandato se sometió a referendo en abril del 2019, contando con el voto favorable de un 88,8 % de la población. Todo ello a pesar de haberse comprometido en el 2017 a poner fin a su gobierno en el segundo mandato. Lo que ocurrió fue, como dijo en un discurso televisado, que tenía que gobernar “para completar el sueño”.

 

En realidad, el verdadero sueño egipcio se clamaba en las protestas en la plaza Tahrir, plaza de la liberación en el Cairo, en el año 2011. ¿Fue todo en vano? El pueblo buscaba poner fin al régimen autoritario de Mubarak, acabar con la economía fraguada y la imposición de reformas políticas y sociales. ¿Acaso ha cambiado algo? Cierto es que como dicen algunos, de lo malo, es decir, los Hermanos Musulmanes de Morsi, lo mejor. El-Sisi ha tenido casi 10 años para hacer realidad ese sueño, aunque tristemente ha acabado convirtiéndose en aquello que quería erradicar.

 

La salud financiera ha alcanzado niveles aún más negativos que los que tenía el país africano en la época de la Revolución, aunque ésta refleja desafíos comunes a otras economías emergentes. La presencia de una inflación de dos dígitos ha llevado a aumentos continuos en las tasas de interés, afectando así la estabilidad económica. El país también enfrenta un persistente déficit comercial, lo que contribuye a la constante depreciación de su moneda local en comparación con divisas fuertes como el USD y el EUR. Esta situación, combinada con la escasez de divisas extranjeras, ha generado problemas de liquidez para el pago de deudas, entre otras, un préstamo de 3.000 millones de dólares del FMI y las transacciones cotidianas entre empresas. Para hacer frente a esta situación, se estableció la obligatoriedad de utilizar cartas de crédito. Un enfoque que, sin embargo, ha aumentado los costes de importación y ha introducido complicaciones burocráticas, dando lugar a la escasez de productos básicos en el país. Esta situación se ha visto agravada a causa de la guerra de Ucrania, ya que Egipto es uno de los principales importadores de cereales del mundo. Está claro que la economía no es un factor favorable para el gobernante, que deberá hacer un uso realmente eficientemente del gasto público.

 

Movido por su sueño faraónico, El-Sisi ha promovido grandes infraestructuras que buscan devolver la grandeza al país. Entre las obras se encuentran la construcción de “la nueva capital administrativa” al este del Cairo y la ampliación del Canal de Suez, ambas han requerido de una fuerte inversión, concretamente de 300.000 millones y 8.000 millones de dólares, respectivamente.  Todo ello, y el rol que El-Sisi está tomando a nivel internacional, por ejemplo, como mediador en el estallido de la guerra entre Israel y Hamas, parece indicar que el mandatario está preparándose para hacer de Egipto una potencia regional y recuperar el esplendor del Antiguo Egipto. Todo dependerá de si El-Sisi es capaz en este nuevo mandato de mejorar la situación económica y asegurar las libertades y derechos de la población.