El peligro de la historia única

El título de este artículo es el mismo que el de una de las diez charlas TED más vistas de la historia. La pronunció la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie en 2009, y desde entonces sus palabras han sido escuchadas más de 24 millones de veces. “Así es como se crea una historia única: se muestra a un pueblo solo como una cosa, una única cosa, una y otra vez, y al final lo conviertes en eso”, dice Adichie.

El peligro de la historia única refleja lo perjudicial que puede ser repetir estereotipos una y otra vez hasta convertirlos en verdades; estereotipos que no tienen por qué ser malos ni falsos, pero que muestran una visión parcial de la realidad; estereotipos que hacen que imagines África como el mejor lugar para los animales, pero el peor para el hombre. Un lugar donde la luz del sol se refleja en los platos vacíos de niños famélicos que miran a la cámara con cara triste, rogando piedad. Ambos sabemos que África no es así, pero, ¿sabemos cómo es?

Durante años la falta de medios ha empujado a países y empresas a priorizar unas áreas sobre otras. En el mundo occidental esto ha supuesto centrar la atención en países desarrollados y emergentes, dejando en un segundo plano otros lugares de “menor interés general”. En el continente africano España cuenta con 28 embajadas en 55 países. Si miramos a los medios de comunicación, tan solo la Agencia EFE, empresa pública, tiene corresponsales fijos en más de un país del continente.

A pesar de ello, o precisamente por ello, la mayoría de historias que conocemos sobre África las cuentan personas blancas y occidentales sentadas en su silla de trabajo, a miles de kilómetros de los hechos. ¡Deberíamos tener más corresponsales!, es lo primero que puede que piensen muchos. Pero, ¿y si directamente no hubieran?

Existe una corriente que urge por la descolonización de las noticias, estudios y opinión sobre el continente. Argumentan que se necesitan más voces locales para poder contar las historias de manera correcta, para romper con los tabúes que tenemos y conocer las verdaderas historias que enriquecen a los lugares, con sus buenas y malas partes. Este movimiento considera que si uno asiste a un evento sobre África y en él no hay personas negras entre los ponentes, o lee reportajes que no están escritos por ni incluyen a personas negras, se está ocultando a esa población e imponiendo un relato único occidental e imperialista. Esto no quiere decir que el que lo escriba lo haga mal a propósito, sino que lo hace con una mentalidad impuesta por la sociedad en que ha crecido, la cual le predispone a ver unas cosas y no otras.

Esta opinión es completamente cierta: cuando queremos conocer, escuchar o aprender sobre África, pensamos antes en Xavier Aldekoa que en Larry Madowo. Sin embargo, culpar a Aldekoa, o a sus lectores, de no entender África es un error. Porque el peligro de esta corriente es asumir que los que vienen de fuera no conocen un lugar y no saben transmitir lo que pasa en él. Es una visión que puede inducir a todo lo contrario de lo que pretende: conocer peor aquellos lugares. Es completamente necesario abrir el espectro e incluir voces locales, ya sea en Nigeria, Vietnam o EE.UU.

Sin embargo, hay una fina línea entre hacer eso y desprenderse de voces que traen el mensaje traducido, explicado y contextualizado. Esa es la labor del corresponsal y del embajador: conocer en profundidad un lugar y saber cómo contárselo en pocas palabras a un público que no lo conoce para que lo comprenda de la manera más efectiva. Ese es un valor que se debería demandar más, porque si no se correrá el peligro de que acaben contando sus historias personas que ni son diplomáticos ni periodistas, pero que simplemente por ser locales se presume que lo cuentan mejor.

La tecnología es un instrumento eficaz para contactar con esas voces locales que ayuden a descolonizar el relato. Esta es una premisa importante para poder comprender mejor un lugar, pero esa misma intención se puede tergiversar si se espera que un keniano que no sabe de España, no escribe en español ni conoce al público acabe siendo el transmisor único de noticias desde su país. Porque ese keniano conoce mejor su realidad, la vive en primera persona, y es consciente de sus efectos, pero a buen seguro no la sintetizará mejor para el público español. Si abrazamos ese relato al completo, ¿para qué tener corresponsales en EE.UU.? ¿Para qué salir de casa, al fin y al cabo? Si yo puedo contar la realidad de mi pueblo y tú la del tuyo, cada uno nos quedaremos en el nuestro y perderemos el intercambio de conocimiento y culturas. Hay que pedir a todos un esfuerzo por descolonizar el relato e incluir a gente local. Pero hay que tener cuidado con no acabar causando lo mismo que se busca erradicar, caer en la trampa de la historia única.