Los peruanos sabemos que somos noticia ante los ojos del mundo, pero no precisamente por algo de lo que podamos enorgullecernos. Ex mandatarios denunciados y encarcelados; seis presidentes en seis años; un intento fallidode golpe de estado; paros nacionales y protestas en las calles que han dejado centenares de heridos y hasta sesenta muertos; retroceso económico y otros temas por el estilo forman parte de los titulares que acompañan hoy la palabra “Perú”.
Pero, ¿qué está pasando con nuestro país?. Intentemos profundizar en la respuesta e ir a las raíces del problema para comprenderlo y hacer el esfuerzo de pensar qué podemos hacer desde la propia posición, siendo conscientes de que la solución demandará tiempo, pues los grandes problemas no admiten soluciones técnicas sino adaptativas.
Hay quienes reclaman firmemente, mediante las protestas, una Asamblea Constituyente para cambiar una Constitución vigente desde hace 30 años que, en medio de sus imperfecciones, nos ha ayudado a vivir en democracia, avanzar económicamente y reducir la pobreza. También piden adelantar las elecciones generales, como si eso bastara para mejorar automáticamente la calidad de nuestra clase política. Por si fuera poco, los gobiernos de Argentina, Bolivia, Colombia y México apoyan esta propuesta y parecen ignorar que estuvimos a punto de cerrar el 2022 con la pérdida de nuestros derechos constitucionales.
Vuelve a mi cabeza una pregunta que escuché muchas veces en 2021, cuando Castillo ganó las presidenciales con el 50,13% de los votos: “¿Qué esperas para mudarte al extranjero?”. De hecho, muchos ya se fueron y otros siguen partiendo a cumplir sus sueños lejos de la tierra que los vio nacer. Lo que para la mitad del país era una desgracia, significaba esperanza para la otra mitad, y no es difícil entender por qué.
“No más pobres en un país rico” era el slogan del discurso socialista de Castillo. Y creo que no podemos culpar a quienes, viviendo en situación de pobreza durante generaciones y ante un futuro sin esperanza, dieron su voto de confianza a una persona nada preparada, pero en apariencia cercana al pueblo. Sin embargo, 16 meses de gobierno después, hemos retrocedidoeconómicamente, los pobres son aún más pobres y Castillo se ha ido dejando un país dividido y una semilla de odio -plantada ya tiempo atrás- que hizo germinar con sus discursos radicales. Porque el socialismo se nutre de un descontento social, que no soluciona con sus medidas, pero que es real. Grupos de la izquierda radical, el narcotráfico y las economías ilegales, mediante subversión y terrorismo, utilizan las necesidades reales de aquellos que se sienten olvidados, para destruir el país y la democracia con el fin de salvaguardar su poder. Y esto es lo que está ocurriendo ahora en el Perú.
En medio de esta crisis nos sentimos impotentes ante un panorama en el que parece que lo mejor que podemos hacer es compartir en redes sociales nuestro rechazo a la violencia. Por supuesto, eso no es suficiente. Podríamos comenzar por aceptar que la abundancia de recursos naturales no nos hace un país rico, necesitamos de una democracia e instituciones sólidas. No podemos conformarnos con decir que es culpa de la incapacidad de nuestra clase política, o de un Congreso fragmentado en grupos que compiten por el poder e intereses partidistas causando inestabilidad. Somos nosotros quienes elegimos a nuestros representantes políticos, muchas veces mediante un voto mal informado.
Podemos mirar hacia dentro y cuestionarnos qué estamos haciendo como peruanos, ¿somos eco del egoísmo y la corrupción que carcome nuestras instituciones políticas? ¿Cómo es nuestra actitud frente a la diversidad del país? y, ¿Cómo se refleja esto en el trato con los demás? ¿Promovemos la polarización o el diálogo? Que los que tenemos más oportunidades nos preguntemos qué estamos haciendo con ellas. No es solo un deber de buenos hijos, sino también una responsabilidad como ciudadanosaprovechar todas las ventajas que tenemos para llegar lejos. El sentido de esto no es otro que el de servir más y mejor, ayudando, como esté en nuestras manos, al que tiene menos oportunidades.