Las fes de los modernos
Pablo Castrillo - Profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra
Parafraseando a Santiago el Menor, los modernos también creen, aunque, a diferencia de los demonios, no se estremecen. O si lo hacen, se esfuerzan por ocultarlo. No es una la fe de los modernos, sino muchas; tantas, como diversas son sus fuentes. Pero todas comparten algunas características: los modernos creen indiscriminadamente, contradictoriamente, y condescendientemente, porque creen cualquier cosa que sea predicada desde un púlpito moderno; creen con un fervor que doblega la razón y la evidencia; y creen mientras niegan creer e, incluso, al tiempo que sonríen con suficiencia hacia las fes de los antiguos.
Creen los modernos, por ejemplo, en que nuestros antecesores eran todos tontos o malos: la Historia está hecha de intenciones simples y voluntades monolíticas, heredadas hoy por sus rivales políticos, a quienes hay que defenestrar. Creen los modernos en teorías de la conspiración según las cuales medio mundo es víctima del otro medio pero uno mismo nunca es responsable de nada. Creen en el magisterio de la Tolerancia, que no consiste en permitir un mal por un Bien Mayor, sino en bendecirlo todo como relativamente bueno.
Creen los modernos en La Ciencia, que no es el conocimiento adquirido por el método científico, sino el Mandamiento proclamado por quien se dice profeta de la modernidad. Creen los modernos que la Tierra es un ser vivo, un sujeto capaz de padecer enfermedades y cuyo sistema inmunológico, agredido por la calentura climática, desata una fiebre que acabará con el virus humano. Porque, sí, creen los modernos que el virus son ellos, aunque habitualmente quieran decir “los otros”. Creen en los derechos de los animales. Creen que hay vida inteligente en Andrómeda, o están al menos dispuestos a creerlo. Y antes prefieren creer en la infinitud del universo que tolerar la grieta insidiosa de la duda existencial provocada por la Última Pregunta sobre la Causa Primera.
De forma más llamativa, depositan su fe los modernos en los sistemas. Creen en el gobierno o en la oposición, según los casos; en los periódicos; en las cámaras de eco —estén en Twitter o en Parler—; en las encuestas y los grupos de WhatsApp. De verdad creen los modernos —y aquí les podemos llamar modernos en sentido estricto— que los organismos, observatorios, institutos y foros redimirán al mundo y lograrán instaurar un paraíso terrenal (terrenal, también en sentido estricto, porque no creen los modernos en simplezas trascendentes). Después de que una plaga se haya llevado por delante la ilusión de seguridad y control que les prometían sus estructuras de fe si se portaban bien, han redoblado su ferviente fe en las mismas estructuras.
Creen los modernos en “el gran reinicio”, una especie de neocapitalismo bienintencionado que intenta hacer las paces con todo el mundo. De verdad confiesan su credo en que, “poniendo la naturaleza en el centro de sus sistemas económicos” (sea lo que sea que eso signifique), dejarán de existir las pandemias, los terremotos, los tsunamis y las hambrunas. Implícitamente, parecen creer estos modernos que, si sólo comemos ensalada y conducimos coches eléctricos, dejará de haber guerra y conflicto e injusticia a escala mundial. Tal vez no se hayan dado cuenta todavía, pero creen los modernos que desaparecerá la mentira, la envidia, el rencor, la codicia. Porque no creen los modernos que del corazón humano salgan todas las maldades. No, creen los modernos que los males son sistémicos, y por lo tanto, arreglando los sistemas, se hará vida el Reino de los Modernos.
No pretende esta enumeración censurar todos estos credos —que sus bondades tendrán—, sino ilustrar su condición de artículos de fe, acríticamente aceptados como una especie de neo-sentido común, por aquellos mismos que denuestan y se chotean del verbo creer. En esto, irónicamente para los modernos más fervorosos, se distinguen las fes modernas de las fes más viejas, a las que habitualmente despachan por primitivas.
Con ocasión del reciente cierre de las cuentas de Twitter y Facebook del ya expresidente Donald Trump, una modelo internacional exclamaba con sorpresa y quizá preocupación que este escenario otorga a “Facebook/tech/Zuck” el “mayor poder”, en sentido superlativo. Si pueden callar al Presidente, decía, pueden callarnos a cualquiera de nosotros. Esto sí parece sentido común, y sin embargo, enseguida se vio esta moderna señorita en la necesidad de aclarar la verdadera intención de sus comentarios (proteger a los activistas de uno de los lados políticos; el moderno, se entiende), ya que la fe moderna encaja con dificultad los matices y las concesiones.
Lo que pasa es que los modernos —y, a veces, también los anticuados— creemos por los motivos equivocados. Creemos porque, si las cosas salen mal, es mucho mejor que sea culpa del predicador. Y creemos porque queremos ser aceptados en nuestra comunidad moderna y evitarnos el juicio de nuestros correligionarios modernos. Sospecho que si el moderno medio se atreviera a quitarse la máscara y a decir lo que piensa —sin pensarlo mucho, mejor—, tal vez más se considerarían menos modernos.
Escribía recientemente el profesor Robert P. George que, en sus 36 años como profesor en una de las (creemos) mejores universidades del mundo, ha llegado a la conclusión de que “mucha gente cree lo que cree porque piensan que es lo que otras personas inteligentes, sofisticadas y exitosas creen, y lo que se espera que crean”. Y añadía, con gran sencillez, que en la historia del mundo muchas personas inteligentes, sofisticadas y exitosas —¿modernas? — se han equivocado y se siguen equivocando acerca de muchas cosas. Y por eso es importante pensar por uno mismo, en lugar de “subcontratar el pensamiento” a los proveedores de lo moderno.
El inconveniente de pensar por uno mismo está, eso sí, en que impone algunas exigencias severas. Cuando ya no se puede culpar al sistema, sólo queda preguntarse si no debería uno levantarse del sofá.
Bibliografía:
El manifiesto para el comienzo de curso de Robert P. George y Cornel West, publicado en la web del James Madison Program, Princeton University: “Think for Yourself”. https://jmp.princeton.edu/announcements/some-thoughts-and-advice-our-students-and-all- students
Una columna relacionada con los desengaños del ideal moderno y algunos valores viejunos que tal vez merecería la pena rescatar: ¿Quién quiere tener hijos pudiendo ver Netflix y gozar de sexo sin compromiso? https://www.vozpopuli.com/opinion/tener-hijos-netflix-sexo_0_1428157339.html
Los riesgos de una libertad de expresión subcontratada: el problema de Parler muestra hasta qué punto Estados Unidos ha externalizado la protección de la libertad de expresión: https://qz.com/1956380/amazons-parler-ban-displays-big-techs-power-over-online-speech/
Sobre "El gran reinicio", el comentarista Ben Sixsmith lo explica y critica en The Spectator (Reino Unido): https://spectator.us/topic/great-reset-davos-klaus-schwab/