Juan Manuel de Prada: "Por mucho que trates de refugiarte te impondrán pleitesía al nuevo pensamiento"
Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) no quiere fotos con el bozal puesto. Está harto, dice, de estos hábitos semicarcelarios a los que nos hemos obligado: “Igual que nos hemos dado la Constitución o la democracia, ahora nos hemos impuesto vivir como perros sarnosos”. Ha estado un par de días en la Universidad de Navarra con motivo de dos sesiones a las que le han invitado: la primera, ‘Educación sólida en una sociedad líquida’; la segunda, una mesa redonda sobre los intelectuales cristianos, uno de los temas que subyacen desde finales de 2020 en las columnas de algunos de los principales medios de comunicación del país. Durante estos días ha estado con profesores, con alumnos, ante grandes audiencias y concediendo entrevistas. Dos días en los que ha compartido reflexiones con el bozal puesto, pero para la foto pide no aparecer con mascarilla.
Entre Juan Manuel de Prada y nosotros hay, además de los tres metros de rigor y una ventana abierta, un libro de John Henry Newman, quien tanto reflexionó sobre la idea de universidad. Una institución que, según él, se halla ante una disyuntiva: “Debe elegir entre convertirse en una herramienta puramente sistémica que modele a personas estereotipadas, o por el contrario, ser una institución a la contra, resistente, que estimule un juicio crítico ante la realidad que nos toca vivir”. No es la primera vez que muestra su preocupación por la transformación que han sufrido las universidades en los últimos años, convertidas en meras “expendedurías de títulos de dudoso valor, pero que comulgan con las ruedas de molino de los paradigmas culturales impuestos”.
Al escritor de Zamora le gustaría que las universidades fueran justo lo contrario: un lugar del que salgan jóvenes con juicio crítico, no una cadena de montaje de individuos repetidos. Pero para ello, dice, es necesario que las universidades transmitan una visión del mundo distintiva y enfrentada a nuestra época, que ha dejado de tener una cosmovisión del mundo.“Tiene sentido que la única cosmovisión alternativa y duradera que verdaderamente puede presentar batalla a esta descomposición del pensamiento y a esta estereotipación de las personas sea la visión cristiana”, asegura, sin miedo a que esa conclusión vuelva a ser reducida, como suele ocurrirle en sus apariciones mediáticas, a la opinión que se puede esperar de alguien que es católico —Andreu Buenafuente le preguntó que si era tan listo que cómo podía ser que creyera en Dios; su primera obra la tituló ‘Coños’ y fue traducida a más de quince idiomas—.
Aunque completó la licenciatura en Derecho en la Universidad de Salamanca, nunca ha ejercido como abogado. Ahora, a sus 51 años, ha comenzado el doctorado a distancia. Está harto de los PowerPoint, de las clases online y de no poder tener encuentros cara a cara, y reivindica las distancias cortas, a pesar de las bondades de la tecnología. “La comunicación verdadera no puede ser a través de la tecnología. Tiene que haber una transferencia personal, un coloquio entre dos almas, y eso necesita del encuentro físico”.
Y vuelve a la religión para matizar por qué el traspaso del saber requiere de proximidad: “Si pensamos en la transmisión más exitosa que ha habido en nuestra civilización, que es la del Evangelio, nos damos cuenta de que Cristo, que para los cristianos es Dios, podría haber inventado el altavoz, el telégrafo, la televisión e Internet para difundir su evangelio y la realidad es que solo recurrió a la transmisión boca a boca. En todo enriquecimiento profundo, humano, hay algo que tiene que tocarte el corazón, que tiene que trastornar tus convicciones y prejuicios, y eso solo se logra con la cercanía”.
Durante sus dos intervenciones en la Universidad de Navarra no sólo ha defendido esta forma de habitar y entender el mundo, sino que ha cargado duramente contra otras. La gestión de la pandemia le ha vuelto a alertar de una amenaza sobre la que ya advirtió en 2006 con motivo de la inclusión obligatoria de la asignatura de Educación para la Ciudadanía: la ingeniería social que se realiza desde distintos ámbitos políticos: “Un intento de las instancias de poder por confiscar nuestras almas, por penetrar en el sagrado ámbito de la conciencia, de matar la verdadera libertad de la conciencia implantando una serie de clichés ideológicos que, por lo tanto, van a conformarte interiormente y van a modelar tu conducta”. Considera que desde 2006 esta “tiranía” ha continuado con su avance imparable mientras los ciudadanos se quedaban paulatinamente sin medios para defenderse. Por eso, o a pesar de ello, opina que hay que evitar la tentación de resguardarse en el ámbito privado para aguantar el chaparrón: “Tarde o temprano te van a obligar a hacer sacrificios ante la estatua del Emperador. Por mucho que trates de refugiarte, se te va a obligar, a imponer, que rindas pleitesía al nuevo pensamiento. Y al final la situación será tan hostigadora que, aunque sea por vivir tranquilo, por no vivir constantemente presionado, vas a acabar entregando el último reducto”.