ARETE

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Que no te mientan: sin verdad no es posible la comunión

En nuestra sociedad actual occidental estamos ya acostumbrados a escuchar una serie de términos de un mismo campo semántico: diálogo, consenso, convergencia, comunión, acuerdo… y todos apuntan a un mismo deseo: una convivencia pacífica cimentada sobre unas bases comunes. Es lo que los antiguos han llamado comunión. Y por mucho que se acentúe hoy en día el individualismo, la autodeterminación, la autosuficiencia del yo, no podemos prescindir de los demás. En el fondo de nuestro ser, en nuestra constitución más íntima, tenemos un deseo que nace de una necesidad: poder estar en comunión con los demás hombres. En definitiva, esa es la utopía deseada por toda postura política y social: un reino donde todos estemos unidos y convivamos en paz.

Pero es inevitable que surja la siguiente pregunta –natural, por otro lado− al hombre que está dotado por naturaleza de una inteligencia que tiene por objeto conocer: ¿cómo conseguir esa unión? Te dirán efusivamente: “¡con el diálogo!”, tan de moda hoy en día. Sin embargo, ¿cómo vamos a llegar a una comunión real, que pasa antes necesariamente por una comunión de ideas, si hemos declarado con orgullo a los cuatro vientos que no existe la verdad o, si existe, que no la podemos conocer? Nos hayamos en la era de la posverdad, y en ella no parece coherente que quepa también la comunión real. Son dos palabras excluyentes. Es más, si no existe la verdad, nos hayamos inmersos de lleno otra vez en el nominalismo −aquella corriente filosófica que vacía de contenido los términos reduciéndolos a meras palabras a las que cada uno le da el contenido que prefiere− y entonces resulta imposible ningún diálogo, pues sobre qué vamos a dialogar si ni siquiera nos referimos a lo mismo cuando hablamos. 

¿Cómo superar, por tanto, esta paradoja de nuestra sociedad actual que pretende, por un lado, llegar a ese anhelo profundo de la comunión mediante el diálogo y, por otro, revindicar la desaparición de la verdad y, en consecuencia, la libertad absoluta de autodeterminación del individuo que se postula a sí mismo como creador de su propia verdad?

No parece un camino fácil. Pero si de verdad queremos adentrarnos en esta senda ardua, si de verdad queremos satisfacer ese deseo profundo del corazón y la inteligencia humanas que están hechas para conocer el bien y la verdad, debemos comenzar por aclarar los términos, llenarlos de contenido y escapar, así, de la trampa del nominalismo vacío. Sólo entonces podremos establecer un primer contacto con aquellos con los que queremos dialogar, sólo entonces tendremos unas bases sobre las que construir. 

Para hablar de verdad debemos distinguir entre verdad, evidencia, opinión y certeza. Son términos distintos, pero íntimamente relacionados, de tal manera que la desarmonía entre ellos genera la crisis de la verdad que ha desembocado en la posverdad. Así, la verdad es la realidad de una afirmación sostenida por un sujeto; la evidencia es la manifestación de la verdad; la opinión es una afirmación que no se sostiene como verdad; y la certeza es la convicción subjetiva de una afirmación. 

Todos los hombres por naturaleza desean a conocer −dijo Aristóteles al inicio de su metafísica−. Y no desean conocer otra cosa que la realidad misma. Y en la medida que la conozcan conocerán la verdad. En cambio, puede aparecer el hombre escéptico posmoderno, aquel que reduce toda verdad a opiniones. Aquel hombre puede sostener que no exista la verdad, pero eso no hará que deje de existir; simplemente dejará de conducir su vida por la luz de la verdad y, así, –como sucede cuando se da la espalda a la luz− sólo verá la sombra de sí mismo y, en consecuencia, nunca será libre.

Si realmente queremos alcanzar la comunión entre los hombres –honrado ideal−, sólo se puede hacer con actos libres; y un acto sólo puede ser libre si se hace en verdad. Para ello es necesario definir bien las palabras y no tener miedo a buscar la verdad. Vuelve a resonar con fuerza, aunque siempre humildemente, en el mundo aquella frase dicha ya hace tantos siglos: conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.