Pensamiento y silencio
Hace unas semanas el texto principal de la newsletter era titulado «Dejar espacio a... la sorpresa». Acertadamente el autor reflexionaba sobre cómo en esta dinámica postmoderna nos encontramos inmersos en un panorama de desintegración de las distintas facetas de la persona. Y en este sentido, cómo hemos perdido el sentido de la sorpresa, relacionándolo con asumir doctrinas ideológicas: constructos que son, aunque con coherencia interna, intrínsecamente insuficientes y errados.
Y es que pese a ser conscientes de este devenir, uno no es inmune. En gran medida, adquirimos ciertos hábitos porque la sociedad actúa así, porque no nos detenemos a reflexionar lo que conllevan. En parte esta dinámica hiperproductiva ha llenado nuestras vidas de mucho ruido, pero pudiendo realmente vaciarla. Lo ilustra muy bien George Grosz en su cuadro «Metrópolis», ya en 1917.
El otro día me resultó reveladora una muy buena entrevista que El País hizo a Valentín Fuster, prestigiosísimo cardiólogo que sigue al pie del cañón con sus 79 años. En ella, tras analizar la nociva dinámica actual que referíamos antes —desde la óptica de la salud—, revelaba que una de las claves para conseguir todo lo que hace es dedicar 15 minutos al día para pararse y dedicarlo exclusivamente a pensar en calma.
En medio de la vorágine hemos olvidado reflexionar. Nos enseña Aristóteles que el alma inmortal del hombre se caracteriza por la voluntad y la inteligencia, rasgos que —como completará el pensamiento cristiano— son a imagen y semejanza de Dios. Para un recto desarrollo de estas potencias es necesario pararse y reflexionar. Porque el ejercicio inconsciente de la voluntad nos lleva a hábitos que no queremos y al error. Y porque para un correcto desarrollo del pensamiento es necesario propiciar lo que ayuda a pensar.
¿Es posible pensar en medio del ruido? ¿Es posible desarrollar la interioridad del hombre si no tenemos silencio? Sócrates afirma en el juicio que lo condenó a muerte que «la vida no sometida a examen no merece la pena ser vivida». Y la reflexión no puede dejar poso en nosotros si la sometemos a un flujo incesante de estímulos caducos. Este silencio no es solo sensorial, sino también interior. Ese silencio permite a la persona acceder a su mundo interior, y orientar su acción al bien. En última instancia, a la trascendencia.
Por lo tanto, para volver a ser plenamente humanos, recuperemos el silencio. Para pensar y obrar bien: silencio. Y para acercarnos al Bien, a la Verdad, a la Belleza: silencio. «¿Y por dónde empezar?» —preguntan a Fuster. «Encuentre 15 minutos al día para usted. Y piense dónde está y a dónde va». Puedes empezar ahora.