El radicalito
Hace unos días un compañero de despacho, abogado, me mandó un artículo de Miguel Ángel Quintana Paz titulado “El moderadito”. Era un modo elegante de decirme que le parece que soy un relativista en mis planteamientos políticos. En síntesis, dicho texto del profesor de Ética y Filosofía viene a retratar el perfil del centrista político: soso, mediocre, capaz de defender una postura y la contraria en escasos minutos.
El contexto en el que hay que situar esta iniciativa de mi compañero es el de las elecciones a la Comunidad de Madrid, donde parece que no queda voto alguno para la moderación política. El artículo de Quintana Paz viene ilustrado con la imagen de un camaleón y como subtítulo lo siguiente: “Al moderadito le encanta decir cosas que en realidad no significan nada: así aspira a gustar a todos los bandos en disputa, aunque ofenda al respeto por la verdad”.
A lo largo del artículo se equipara al comedido con el tibio. Así lo muestra, con ironía, el autor al hablar de la estrategia del “listonto”, para defendernos de los autoritarismos: “Combatamos, pues, todo autoritarismo siendo blanditos, dúctiles, moderados. Seamos débiles y nunca más volverá a cundir la desazón”.
Ese juego conceptual es sencillo puesto que el término se presta fácilmente a confusiones y tiene diversos sentidos. Podemos entender, como lo hace Quintana Paz, al comedido como el tibio: aquel que carece de cualquier intención, de cualquier posicionamiento. Es en las propias palabras del Apocalipsis (traídas a colación en el artículo del profesor) donde queda patente la tergiversación de ambos términos: “Yo conozco tus obras, y que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis (3:15-16)).
La idea del ilustrador con el camaleón que encontramos en la portada del artículo es identificar al moderadito como un reptil, de lengua larga y pegajosa, capaz de camuflarse en cualquier ambiente cambiando de colorpara mimetizarse. Sin embargo, no hay que olvidar que dicho reptil se caracteriza, también, por tener algunas de las percepciones más extraordinarias del mundo animal: su visión es lateral periférica como la de la mayoría de los herbívoros y tiene un campo visual de casi 360 grados. Cada uno de los ojos del camaleón puede mandar una señal distinta al cerebro, lo cual genera una capacidad de recepción de estímulos y una agilidad en el procesamiento de información superior a la de cualquier depredador.
En efecto, el prisma propio de los depredadores es la estereoscópica: su campo visual es mucho menor, genera una imagen tridimensional para focalizar la atención hacia la presa. La razón es que, para él, lo importante es la caza: conseguir interceptar y derribar al enemigo. El depredador lo pone todo a ese servicio y desde esa forma unívoca de ver el mundo el autor equipara tibieza y comedimiento. Pero ni la moderación se identifica con la tibieza, ni la radicalidad y la firmeza son sinónimos.
El artículo de Quintana Paz podría digerirse si se limitara a identificar a los moderaditos con unas amebas. Pero penetra en un terreno movedizo cuando nos llama “poco amigos de la verdad”, que es algo por lo que vale la pena pelear. Su tesis principal es que además de tibios somos enemigos de lo verdadero, y hasta ahí podríamos llegar.
Actualmente, la opinión pública está dominada por la visión estereoscópica. La mayoría, por no decir la totalidad de los articulistas que triunfan, no son moderados, sino que parecen soldados de una ideología. Así políticos, periodistas, tertulianos y hooligans nos tienen enganchados. Elige A o B. Son ellos o nosotros. El radicalito emplea una dialéctica bélica e imposibilita el auténtico diálogo. Por ello, el espacio público ha pasado de ser un lugar de conversación para la búsqueda de soluciones razonables a los problemas sociales, a un lugar de confrontación. En sus ojos el espacio público no es más que un enorme coto de caza.
Por lo tanto, no debemos considerar que la firmeza de las convicciones implica una crispación creciente como sucede actualmente. El fanático en muchas ocasiones lo que pretende es disfrazar la verdad, ponerla al servicio de su ideología. Esta ya venía maltrecha del mundo real pero lo cierto es que en el mundo virtual está incluso más castigada. Twitter es una fábrica de gregarios que usan una pretendida ironía (eufemismo) que es en realidad un insulto encubierto (disfemismo), para convencer a los suyos de que los mentirosos son los otros.
La gente, más que por los logros de su club, se alegra del fracaso de su rival. Es lo que quiere oír, bien para reafirmarse en sus ideas o para retroalimentarse con las contrarias, escandalizándose por lo que dicen en el otro bando. Los radicalitos no pueden creerse los dueños de la verdad. Esta puede emanar de la perplejidad, del estudio y del asombro; pero lo cierto es que viviendo en sociedad la conversación es un vehículo poderoso para acercarnos a ella. Lejos de esta actitud está el radicalismo; desde su prisma todo acontecimiento es analizado y ordenado al servicio de su ideología.
Es solo desde el “justo medio” desde donde cabe la construcción de un espacio de diálogo y de encuentro. Al fin y al cabo, la búsqueda de la verdad requiere del diálogo. Prueba de ello es que la mayéutica socrática no era una conversación incesante e inacabada con otros para acercar a sus participantes al acierto. La verdad es una, pero la búsqueda de esta es compartida y no siempre con el que comulga con tus ideas; por eso Machado trae a colación una conversación y no un discurso en su famosa frase acerca de la verdad (“Tú verdad no, la verdad. Y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela”), y de su necesidad de compartir la búsqueda surge la necesidad de moderación, de apertura al diálogo.
Por todo ello, no deberíamos confundir la moderación con la tibieza. A diferencia de lo defendido por el autor, me parece que el término medio no es medianía sino virtud, y la excelencia nada tiene que ver con el exceso que advertimos en aquel que defiende con firmeza desmedida, y que termina en guerra en lugar de evitarla. El moderado -que no moderadito- es el zoon politikon, el ser social por naturaleza dependiente de aquellos con los que comparte la vida. Parte desde aquel punto en el cual el ser humano deja de mirar a los ojos del otro como si fuera su presa y mira a su alrededor para darse cuenta de que esto consiste en caminar juntos hacia un Bien compartido.