ARETE

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La otra alarma

Suena y la apagas. Cinco minutos más. Suena y la apagas. Diez minutos más. Suena y la apagas. Quince minutos más. Suena y te levantas. Irremediable. Un pie fuera y otro dentro. Al día siguiente, mismo proceso pero más cansado. Al tercero te quedas dormido y al entrar por la puerta del trabajo, o del aula, o del despacho, te sale eso de “es que no he escuchado la alarma”. Tú, sorprendido de que te haya fallado la genuina idea de que muchos sonidos estridentes juntos pudieran desvelarte del agote del mundo.

La vida privada suele tener bastante de parecido con las cosas que pertenecen a la vida pública.

¿Te acuerdas del principio de la historia? Un día te acostaste con un estado de alarma y al siguiente con el cuerpo tensionado. Salías a la calle escondiéndote bajo los soportales. Una bolsa reciclada del Carrefour bajo el brazo, por si acaso entre el portal de casa o la entrada al super te hacían la pregunta más trascendental que se le pueda plantear a todo ser humano: “¿A dónde vas?”. Entre quedar como un friki aristotélico o un ciudadano corriente eliges la opción número dos, no vaya a ser que el humor también esté penado. LLegaste al super. Victoria. Pasillo de los congelados. Te pasaste la lengua por la boca a ver si las papilas gustativas te sugerían lo que te faltaba en la nevera. Regreso a casa, como Ulises. En el camino de vuelta te dabas cuenta de que habías ganado dos cosas: la compra para la cena y una especie de empatía con los venezolanos, o los norcoreanos, o cualquier otro que viviese en una prisión sin rejas.

¿Y te acuerdas también del otro principio? Con el septiembre medio empezado, la mochila del cole a los pies de la cama de tu hijo y tres reuniones de ZOOM programadas para mañana. Llegaste a la oficina con el cuerpo contraído, mirando si entre el teclado del ordenador y el pomo de la puerta te podías encontrar con Don Coronavirus. Notificación de algún periódico que te saltaba en el móvil diciendo que en Madrid, quizá, a lo mejor, algún día, volvían a poner un poco de estado de alarma. Miraste por el escaso espacio lateral que te quedaba entre la mascarilla y la goma que la sujeta a las orejas, buscando alguna mirada amiga que te confirmase o desmintiese si aquello era para asustarse o prevenirse.

¿Y te acuerdas también del otro principio? Cuando cerraron algunos barrios, y después Madrid. Ahí descubriste que el estado de alarma se podía partir en porciones.

¿Y te acuerdas también del otro, del otro principio? Cuando Madrid ya no tenía estado de alarma, pero otros sitios de España sí. Ahí descubriste que el estado de alarma es solidario, se comparte.

¿Y te acuerdas del otro, otro, otro principio? Cuando en un gesto de generosidad absoluta el estado de alarma volvió para todos. Bueno, aunque a algunos les tocaba un poquito menos de estado de alarma - solo entre las 12.00 y las 05.00 - y a otros un poquito más - entre las 10.00 y las 06.00. Digamos que ahí descubriste que el estado de alarma se adapta al usuario.

Y ahora cuando caminas por tus calles y ves el cartel de “se vende” en el cristal del bar con las cañas a 2 euros en el que has mantenido las conversaciones más trascendentales de tus viernes por la tarde. ¿Te acuerdas del agobio del estado de alarma? Este sí que va a ser el principio de otra historia.

Para reflexionar

-El ser humano no está preparado para vivir en un estado de alarma continúo. Lo que es una excepción, cuando pasa a formar parte de la cotidianeidad, deja de cumplir su función de aviso sobre un peligro. Se pasa a convivir con ello y la relevancia de ese asunto cae. La psiquiatra Marian Rojas decía, en la conferencia del III Encuentro de Responsables de RRHH en despachos de abogados de la Universidad de Navarra, que “no estamos preparados para vivir constantemente en estado de alerta”.

-El problema no es “quién ostenta la autoridad, sino cuánta autoridad ha de ponerse en manos de cualquier tipo de gobierno (…). La verdadera causa de la opresión radica en el mero hecho de la acumulación de poder, esté donde esté” decía Isaiah Berlin, como recoge Fernando del Pino en este artículo.

-En el otro lado de la balanza: la desinformación. Cómo no comunicar, ocultar información, manipular los datos o contar solo una parte de la historia; cómo las propias burbujas de opinión que generan las redes sociales o la memoria cortoplacistas han influido hasta el punto de desconocer la realidad política que está ocurriendo. Esto ha generado en el ciudadano una sensación de hartazgo y, por lo tanto, de apatía o desinterés por cualquier asunto político que influye en la vida. El libro La gran manipulación ofrece un recorrido histórico sobre las dinámicas de manipulación desde los gobiernos.