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Las Big Tech en campaña

Estados Unidos está en campaña y las grandes tecnológicas lo saben. El próximo 8 de noviembre se celebrarán las elecciones legislativas del país y de nuevo la historia habrá cambiado, al menos un poco, aunque desconozco si con la contundencia con la que los acontecimientos históricos se empeñan en aparecer en los últimos tiempos. Al igual que esta votación es un punto de inflexión en el mandato de cuatro años de un presidente -se renueva un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes; es decir, se redefine quién tiene el control del Congreso y, al tiempo, es un referéndum sobre el presidente- también lo es para las Big Tech.

La historia nos antecede y solo han pasado cuatro años desde lo de Cambridge Analytica. Aunque Facebook -bueno, Meta para aquellos dispuestos a bendecir su cambio de imagen- no es la única responsable, sí es a la que más palos le han caído desde entonces. Pero en el lugar común de las empresas de redes sociales tanto nos da el nombre, porque los escándalos que salpican a unas y otras desde hace unos años han configurado un ambiente de desconfianza, rechazo y cansancio. De hecho, es bastante probable que ustedes también piensen que lo más serio que se pueden encontrar en las redes son un par de memes. Razones no faltan si repasamos la cronología.
 
Empezando por el final, son poco alentadoras las palabras del ex-jefe de Seguridad de Twitter, que denunció a la compañía ante los reguladores federales de Estados Unidos y el martes 13 compareció ante el Comité Judicial del Senado. En su declaración anunció la torpe incapacidad de Twitter para proteger los datos de los usuarios, por no mencionar lo de algún que otro trabajador chino, indio y saudí que tenían en nómina y sobre los que el FBI ya había informado que podían ser miembros de otra agencia -de vigilancia- extranjera.

La red zentenial por excelencia tampoco da menos sustos. Vanessa Pappas, Directora de Operaciones de TikTok, también ha tenido que comparecer ante el Senado para confirmar, por activa y por pasiva, que los datos de los usuarios estadounidenses no se almacenan, en ningún caso, en la sede de la compañía en China. La duda está sembrada.

Batallas geopolíticas aparte, las elecciones legislativas están al caer y las plataformas saben que la reputación, aunque sea a posteriori, es importante (re)construirla. Al inicio de la campaña para las elecciones intermedias algunas plataformas publicaron los planes que iban a poner en marcha contra la desinformación. Aún y todo, un informe del Center for Business and Human Rights de la Universidad de Nueva York, publicado hace unos días, expone que “las empresas de redes sociales todavía alojan y amplifican el negacionismo electoral y las medidas adoptadas no son suficientes”.

No discuto que el 8 de noviembre será una cita importante para Biden, pero para el resto de ciudadanos, seguro, es una prueba, ya no del compromiso o intención de estas plataformas en la lucha por la desinformación, sino si realmente tienen la capacidad para asumir la transformación que los organismos reguladores les piden y si eso, además, les sale rentable.

Mientras tanto, elijan sus redes, pero conozcan sus normas. Sino, siempre quedará Parler, la última red social que se ha erigido como garante de la libertad de expresión.