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De la cárcel a la presidencia. ¿Cómo vuelve Lula da Silva al poder en Brasil?

Tres años después de salir de la cárcel, Lula da Silva regresa por tercera vez a la presidencia de Brasil después de haber pasado casi un año y medio tras las rejas por actos de corrupción y lavado de dinero -de los cuales fue controversialmente absuelto a mediados del 2019-. Sin embargo, lejos de haber sido un triunfo sencillo para el líder izquierdista, los resultados reflejan un panorama muy complicado para el presidente electo. Con el 50.9% del voto y un margen de tan sólo 1.8% del electorado, Lula se situó en el primer lugar de la contienda. Es decir, un poco más de 2 millones de personas acabaron determinando el destino de los 215 millones de habitantes de la 4ª democracia más grande en el mundo. Por su parte, Jair Bolsonaro -su rival conservador y actual presidente- quien muchos acusan de ser un líder con tintes autoritarios, hasta el momento ha preferido abstenerse de reconocer el triunfo de Lula sin tampoco optar por desafiar los resultados. En este contexto, ¿cómo se explica la “resurrección” de Lula da Silva, el ex-convicto?

Siendo un outsider de la política, un ex-líder sindical con apenas educación primaria de orígenes muy humildes, Lula siempre fue exitoso consolidando su imagen como representante del “pueblo” brasileño, especialmente en un país que contaba con el 33% de su población en situación de pobreza en ese entonces. Sin embargo, esa cercanía que tenía con la gente no se limitó a los más desfavorecidos. Consolidó un proyecto de nación que unía a las clases más bajas junto con las clases medias profesionales, campesinos o empresarios. Muestra de la unión creada por el ex-presidente fue la tasa de aprobación a su gestión del 80% al terminar sus dos turnos. No sería hasta el gobierno de Dilma Rousseff y la ola de protestas surgidas en 2013 y en 2016 cuando se derrumbaría una gran parte de esa unión, debido a una serie de escándalos de corrupción relacionados a su partido, mismos que terminarían con la destitución de Dilma y con Lula en la cárcel.
    
Además de su imagen, hay un amplio sector de la población que se vio beneficiado tanto directa como indirectamente de sus gestiones. Los expertos coinciden en que Lula fue un presidente que supo aprovechar las oportunidades que ofrecía la coyuntura internacional, durante el llamado “boom” de las commodities para incentivar como nunca antes el crecimiento económico del país, creciendo sus exportaciones de manera exponencial y generando muchos más ingresos para el país. Durante sus gobiernos (2003-2011) Brasil vivió el mejor momento económico en toda su historia, con tasas de crecimiento elevadas y sostenidas, así como bajos niveles de deuda e inflación. Este flujo de dinero fue el que le permitió la creación y el fortalecimiento de varios programas sociales como “Bolsa Familia” que llegó a ser el mayor esquema de transferencias directas condicionadas a nivel global, logrando que cerca de 30 millones de personas en situación de pobreza ascendieran a la clase media para finales de su gobierno. Por lo mismo, no es sorpresa que el noroeste, región que históricamente ha sido la más pobre del país, sea un bastión para Lula y su partido, de la misma forma que muchas de las zonas con menos recursos del país. Tampoco sorprende que muchos de estos antiguos beneficiarios “olviden” con facilidad la estancia de Lula en la cárcel al recordar su propia situación de vida en ese entonces.

Fue también durante la gestión de Lula cuando Brasil adquirió su mayor presencia a nivel internacional, formando parte del BRICS al lado de las principales potencias emergentes como China y la India, adquiriendo un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y superando en 2011 al Reino Unido convirtiéndose en la 6ª economía a nivel global. Inclusive, Lula adquirió un rol protagónico en la recién establecida G20 como un líder regional capaz de mediar entre los EEUU y países como Venezuela e Irán.

Más allá de las opiniones que uno pueda tener respecto a las estrategias que adoptó durante su gestión, tanto a nivel nacional como internacional, es una realidad que millones de brasileños votaron por Lula a raíz de un sentimiento de nostalgia, ya sea hacia su figura de líder, hacia su propia condición de vida en ese entonces o por la percepción internacional de su país en ese entonces. Si bien esta fue la principal razón de su triunfo, existe también un sector importante de sus votantes que decidieron apoyarlo como consecuencia de su anti-bolsonarismo, nacido del autoritarismo y división que, según muchos, el actual presidente ha promovido durante su mandato. Una encuesta pública del periódico “DataFolha” reveló que el 50% de los brasileños evitarían votar de cualquier modo a Bolsonaro. Si bien este número pareciera muy elevado, sorprende que la proporción correspondiente a Lula fue del 46%. Es decir, aunque no por mucho, parece haber pesado más el rechazo a la división y a las actitudes autoritarias que muchos perciben en Bolsonaro, que al involucramiento de Lula y su partido en actos de corrupción.

Por último, es importante mencionar que la coalición que formó tuvo un rol muy importante para conquistar a muchos ajenos a su base electoral. Esta coalición fue considerada por muchos como la mayor y más diversa que Brasil ha tenido desde el movimiento para el retorno a la democracia en los 80s. Incorporó partidos de izquierda, de centro, liberales y hasta de centro derecha en su coalición. Ejemplo claro de esto fue la integración de Geraldo Alckmin (centro derecha) como su candidato a la vicepresidencia, buscando tejer los lazos y no amedrentar al poder económico y al centro político, con quien este último maneja estrechos vínculos habiendo fungido como gobernador del estado más rico e importante del país, São Paulo.

Para muchos ajenos a la realidad del país, pareciera absurda la reelección de un presidente que haya estado involucrado en los escándalos en los que ha estado Lula. Sin embargo, al entender su histórica popularidad en el país, así como su estrategia empleada para ganar estas elecciones, se convierte en un hecho más entendible. A pesar de ello, su lucha no está terminada. Conducir a un país de la dimensión de Brasil, buscando acuerdos y conciliación entre dos fuerzas que hasta ahora parecen incompatibles representa una tarea titánica. Preocupación que cedemos al presidente electo.